jueves, 31 de octubre de 2013

Si tienes algo que aportar, el mundo te recompensa.

Ya sea con fama, dinero, una sonrisa, mil sonrisas, carcajadas, aplausos, agradecimientos o reconocimientos, si tienes algo que aportar al mundo, el mundo te responderá según la grandeza de aquello que estés aportando.

Las ideas son fáciles de tener, se tienden a tener decenas de ellas al día, no tan fácil es tener una buena idea, esas florecen solo una vez de tanto en tanto.
Los hay más afortunados que tienen buenas ideas cada dos semanas o cada mes, pero lo normal es tener una buena idea, una idea brillante, cada dos o seis meses.

Las primeras ideas te sirven para sortear las problemáticas que el día a día plantea y salir de ellas airoso, dependiendo de lo rápido que surjan uno gastará más o menos energía en pensar (esto es algo obvio), pero no son demasiado valoradas por la gente, ya que son ideas cotidianas, que todo el mundo tiene y que dependiendo de la rapidez o utilidad la gente valorará mejor o peor.

Las segundas sirven ya para sortear problemas más complicados, situaciones difíciles o incluso crear o generar situaciones agradables y fructíferas que acomodarán nuestra vida y/o la de los que nos rodean. Estas ideas serán aplaudidas, agradecidas encarecidamente, pero difícilmente conseguirán un nivel mayor de reconocimiento, pues no aporta al mundo más que lo que te aporta a ti mismo o a la gente cercana.

Son las ideas geniales, las genialidades, con las que se consigue fama, dinero, sonoros aplausos, grandes alabanzas y el deseado reconocimiento. Esas que la gente normal puede que tenga dos en toda su vida, una en su mayoría, y que los genios derrochan al servicio de la humanidad porque pueden llegar a tener una cada dos o seis meses o cada año.

¿Qué ocurre si no se actúa cuando se tiene una de esas ideas geniales?
Pues que la oportunidad de ponerla en práctica puede escapársenos y perderse y así esa idea jamás verá la luz y morirá en nuestra mente, o como mucho en nuestro círculo de allegados más cercanos... Los más optimistas nos empujarán a realizarlas con el tan extendido conocimiento de que mejor intentarlo que no hacer nada. Y tendrán razón, fracasar no es no llegar al éxito, fracasar es no intentarlo. Solo los que antes han fracasado pueden alcanzarlo, el resto o no lo intentó o no lo suficiente.

Para animarnos, una composición alegre y divertida de nuestro amigo Pogo:

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