lunes, 10 de junio de 2019

13 días en Japón: 11. Tokyo, en las alturas.

Continuamos con la recta final del viaje, los tres últimos días en Tokyo.

Tokyo es una ciudad de records. Ostenta el record de mayor población del mundo, con 37 millones de habitantes en su totalidad, y es la tercera ciudad más grande en cuanto a extensión, por detrás de Grand Los Ángeles y Nueva York.

Fundada en 1457 por un samurai del clan Uesugi, Ota Dokan, fue tomada por el Shogún Ieyasu Tokugawa (aquel que está enterrado en Nikko en el templo consagrado a él) en 1590 y en 1603 estableció su sede allí, en el castillo de Tokyo, empezando lo que se conocería como el periodo Edo (como se conocía a Tokyo desde su fundación hasta que el emperador se trasladara de Kyoto a Tokyo en 1868, en la era Meiji, haciéndola capital del imperio y cambiándola de nombre).

Bien, ya no demasiado temprano, nos levantamos, desayunamos, y fuimos a subirnos en un shinkansen directos a Tokyo (insisto en poner los diptongos japoneses con "y" y no con "i" siguiendo la latinización de caracteres japoneses tradicional del romaji o alfabeto latino japonés).

En apenas 3 horas llegamos a Tokyo desde Kyoto, siguiendo la línea costera del Pacífico. Desde la estación principal hasta el hotel en el que nos hospedábamos, había unos 12 kilómetros, se tenía que hacer transbordo para tomar 2 líneas de metro hasta el barrio de Tokiwadai, al noroeste. La estación de enlace era Ikebukuro, situada en un barrio comercial bastante importante. El trayecto total era de unos 50 minutos.

Después de dejar el equipaje en el Flexstay Inn en Tokiwadai (por cierto, hay habitaciones para fumadores y para no fumadores. Nos tocó una de fumadores y... para quienes no fumen, el olor a tabaco impregna toda la habitación y puede resultar bastante desagradable), fuimos hacia Asakusa, de noroeste a este, a los pies del río Sumida, para ver el templo budista más significativo de la ciudad, el Senso-Ji.

Ikebukuro, desde la estación.
Kaminarimon, entrada a la avenida comercial y al templo.

Detalle de la entrada con los grandes faroles.
Una vez pasada la puerta de entrada, accedimos a la avenida comercial, llena de pequeños puestos de souvenirs, kimonos, etc. todo a muy buen precio.

Calle comercial Nakamise.

Detalle de una tienda de la calle Nakamise.

Kimonos en la calle Nakamise.
Al final de la calle, otra entrada hacia el recinto del templo Senso-ji, esta vez libre de tiendas. Allí se encontraba el pabellón principal, la pagoda de cinco pisos y un pequeño estanque con carpas, los peces preferidos por los japoneses para ese tipo de recintos.

Senso-Ji.
Lateral del Senso-Ji.
Entrada del pabellón del Senso-Ji.

Detalle del techo pintado a mano.
Pagoda de cinco pisos.
Pagoda, vista frontal.

A la izquierda quedaba un pequeño jardín con el estanque de peces, una figura de buda y unas linternas de piedra de unos doscientos años de antigüedad.

Figura de Buda.
Estanque del Senso-Ji.
Carpas y monedas.
Muchas monedas.
Rápidos del estanque.
Montones de carpas.
A la derecha del templo, el santuario Asakusa, y al lado y más pequeño santuario Hikan Inari, se postran contiguamente al templo budista casi como si formaran parte de él. Eso nos muestra cómo ambas religiones no andan para nada reñidas, más bien al contrario, se mimetizan y complementan.

Santuario Asakusa.
El templo data del 645 después de Cristo, lo que lo convierte en el templo más antiguo de Tokyo. Fue destruido durante la segunda guerra mundial, y reconstruido completamente poco después como símbolo de la nueva paz que el país vivía.

Visitado el templo, iríamos a pie hacia el Tokyo SkyTree, la torre de telecomunicaciones con mirador y restaurante que, con sus 634 metros de altura, desde el 2012, es la torre más alta del mundo y la segunda estructura más alta del mundo, solamente superada por el Burj Khalifa en Dubai.

Al fondo, la Tokyo Skytree.
Aunque en la imagen pueda parecer que la torre se encuentra justo detrás de los edificios que se ven... en realidad queda aproximadamente a un kilómetro y medio desde donde hicimos la foto. Iríamos a pie, ya que queríamos ver el emblemático edificio de la cerveza Asahi.

Bajando a la izquierda se encuentra un puente de color rojo que cruza el río Sumida y lleva al edificio Asahi.

Edificio Asahi en tonos dorados y negro. Tokyo Skytree a la izquierda.

Detalle del edificio Asahi.
Bien... ¿Qué tiene de especial el edificio? La respuesta salta a la vista. Esa... cosa dorada y alargada en la cima del edificio negro... y las tonalidades doradas. La explicación oficial viene a decir que el edificio dorado se asimila a la lata o botella de cerveza, mientras que el negro es el vaso de cerveza con la espuma, también llamada "la llama dorada". Coloquialmente a esa cosa dorada y alargada se la conoce como el pedo dorado o la caca dorada "kin no unko", pero no nos escandalicemos, para los japoneses el cagarro dorado es sinónimo de buena suerte. No en vano japón es el responsable de que tengamos a "unchi", el icono de la caquita feliz, en nuestros teléfonos móviles.

Al otro lado del río, callejuelas semejantes a pequeños barrios nos llevaban a la torre.


En pleno Tokyo puedes encontrarte con casitas así.

Torre sobresaliendo de entre las casas.
A los pies de la torre se encontraba un gran centro comercial, el Tokyo Solamachi, por el que tenías que pasar para acceder a la torre. En aquel momento no nos dimos cuenta, pero al volver a España descubrimos que en aquel centro comercial se encontraba, por la zona de detrás, un Moomin café, una cafetería ambientada en el mundo de los mumin. Queda pendiente para otro año.


Tokyo Skytree desde los pies.
En verano suele haber muchos matsuris (festivales) en los que se suele ver a gente danzando, tocando los tambores japoneses, rodeados por farolillos y en diversas ocasiones desfilando con figuras religiosas. Suelen ser festivales tradicionales que dan la bienvenida a los cambios de estación, que señalizan el inicio o fin de la cosecha de arroz, que representan un ritual sagrado, etc.

Tuvimos la suerte de ver uno en Tokyo, justo a los pies de la torre, en la plaza del centro comercial de Solamachi.


Danzando al son del tambor en el matsuri de Tokyo.
La torre cuenta con dos miradores, uno situado a 350 metros de altura y el siguiente a 450 metros de altura. No tuvimos mucha suerte con la visibilidad, ya que una neblina de polución impedía ver con claridad el horizonte, por lo que no pudimos vislumbrar el monte Fuji desde allí arriba.


Detalle de las lucecitas del interior del ascensor de la torre.
Los tiquets para subir al primer mirador cuestan entre 12 y 15 euros, si quieres ascender al segundo mirador puedes pagar unos 9 euros más en el primer mirador.

En el primer mirador se encuentra una cafetería con precios prohibitivos. Soy fan de tomarme algo sentado de forma relajada en las alturas mientras diviso el panorama, pero no a cualquier costa, así que evitamos caer en la tentación de sentarnos y pagar 4 o 5 euros por un café y continuamos disfrutando de las vistas a pie.

Y estas eran las vistas desde el primer mirador a 350 metros de altura:


Vista hacia abajo, canal del río Sumida.

Vista hacia el oeste. Abajo, río Sumida y edificio Asahi.
Río Sumida. Edificio Asahi a la izquierda.
A los pies, canal del Sumida.
Vista noroeste, con la zona deportiva a la derecha a orillas del Sumida.
Vista al suroeste. Barrio central, Chiyoda, al fondo.
A la derecha, en la imagen anterior, se podría ver el monte Fuji (a 130 kilómetros de la Tokyo Skytree). Pero como se observa, pillamos un día con alto índice de contaminación, por lo que la visibilidad era pésima.

Antes de enseñaros dos o tres imágenes más desde el siguiente mirador, a 450 metros de altura, explicaremos un poco por qué una torre de 634 metros de altura en un país con tantos y tan fuertes terremotos al año no se derrumba.

Esto nos lo explicaron el día siguiente en el mirador del edificio del gobierno metropolitano de Tokyo:
Como ya expliqué en el primer post de la aventura nipona, los japoneses son unos enamorados de las tradiciones antiguas y del progreso tecnológico, por lo que para diseñar la Tokyo Skytree, que desafía a los terremotos y los grandes vientos que se producen en la cima de la torre, se fijaron en la estructura de unos de sus edificios más antiguos y robustos, las pagodas.

A la izquierda, estructura de la Tokyo Skytree, a la derecha, estructura de una pagoda.

Como se observa en la imagen, la estructura se fundamenta en un pilar central que se tuerce y oscila, absorbiendo la energía del terremoto y los fuertes vientos. Como la pagoda, la Skytree también está dividida en pisos oscilantes, así, cada vez que el pilar central se tuerce, los pisos oscilan hacia la izquierda o la derecha sin torcerse, manteniendo la verticalidad. Como dato extra, los anclajes de acero de los cimientos de la torre llegan entre 35 y 50 metros de profundidad en la tierra.

Ahora sí, subimos al último mirador. Un pasillo cilíndrico que asciende desde los 440 metros a los 450 metros de altura.

Luces de Tokyo.

Norte de Tokyo

Roppongi hills al fondo.
Al fondo a la izquierda, el centro de Tokyo.
Tokyo con el puerto y Disneyland al fondo.
Suelo de cristal (solo una plataforma).

Tokyo Skytree iluminación nocturna.

Al bajar habíamos quedado con un amigo mío japonés, Hiroshi, (a éste ya lo conocía de Barcelona), quien nos llevó a cenar riquísimo tendon tempura (verduras rebozadas en harina fina y huevo, con arroz y té). Y después nos tomamos un helado de té verde antes de despedirnos.

Por cierto, los japoneses tienen la costumbre de hacer de todo con el macha, una especie de te verde en polvo. Postres de macha, kit-kat de macha, helado de macha, macha en infusión... El té es su pasión, llegan a consumirlo más que el agua, y es que dicen que el agua les resulta insípida, por ello prefieren como bebida el té. Las comidas las pueden acompañar con té o agua, y en muchos restaurantes encuentras que te sirven jarras de té en vez de agua.



Cadena de restaurantes Tendon Tenya, especializados en tendon tempura.
Amigos internacionales compartiendo helados de té verde.

Y nuestro décimo primer día en Japón, primer día entero en Tokyo (segundo en esencia, ya que la primera noche del viaje la pasamos aquí), acababa volviendo en metro al hotel de la habitación con aroma a tabaco. Aun quedaba mucho Tokyo por ver... así que no dejéis de leer los últimos dos días en la capital del país del sol naciente, aun queda alguna anécdota divertida más por contar del choque cultural entre oriente y occidente.