domingo, 22 de enero de 2017

Un libro ya es más que un amigo, es parte de ti mismo.

¿Quién no ha oído eso de "un libro es un amigo"?
Bueno, pues a estas alturas, en unos tiempos en los que se está despreciando cualquier manifestación cultural si no está ligada a una utilidad, no sentir necesidad o deseo de lectura más que darle la espalda a un amigo es estar olvidándose de uno mismo.

Vivimos en una sociedad de excesivo consumo, en la que la cultura ha pasado a ser de guía a entretenimiento en muy pocas décadas, me atrevería a decir que en los últimos 30 años, y en especial con la llegada de internet.

Será difícil encontrar bibliotecas en casas como las de antes, o estanterías con montones de libros, para cuando alguien tenía un momento deleitarse con una buena lectura.
Quizá dicho así suene muy romántico, enfoquémoslo desde el punto de vista comunicativo:

"Ho anthropos physei zoon politikon esti" (el ser humano es un animal social), dijo Aristóteles hace poco más de 2300 años (que se dice pronto).
Esto significaba, y significa, que el ser humano siente la necesidad de comunicarse, de interactuar, de conseguir metas mayores gracias a la ayuda de otro ser humano.
La importancia de nuestro lenguaje radica en que nos brinda la oportunidad de buscar metas y fines más grandes que las de saciar nuestras necesidades básicas, nos hace buscar soluciones a problemas mayores gracias a la cooperación. Esto se consigue con el entendimiento recíproco al usar una lengua determinada, común.

Pocos siglos más tarde, el senador romano Cayo Tito decía "Verba volant, escripta manent" literalmente (las palabras vuelan, la escritura permanece quieta). A esta frase se le ha atribuido significados opuestos. Primeramente se le atribuyó el significado de "las palabras se las lleva el viento, lo que queda escrito perdura", para finalmente entenderla como que hablar hace que lo que se tenga que decir llegue antes, porque lo escrito (en piedra, en arcilla), se quedaba quieto. Vendría a ser algo así como "hacer correr la voz".

Bueno, si tenemos en cuenta la necesidad comunicativa del humano social y la importancia de que aquello que se quiera transmitir perdure para siempre, obtendremos la escritura como modelo de transmisión de conocimiento.

Pero no habría que confundir la transmisión de conocimiento útil, con la transmisión de conocimiento banal, fugaz, fungible y momentáneo. Ese conocimiento fragmentado que no tratamos de entender y que nos sirve para saber lo que pasa en el mundo (pero no entender lo que pasa) es el conocimiento que extraemos de internet, de leer periódicos on-line, o mejor dicho, leer titulares on-line, que nos generan una idea errónea y errática sobre lo que realmente está sucediendo.

El trato que se le da actualmente a la cultura es el de un bien de consumo y cada vez sirve menos al fin de educar y re-educar o recrearse.
Por ello, cada vez se leen menos libros, porque se necesita tiempo para leerlos y vivimos en la era de la inmediatez. Y eso es una trampa.
Queremos nuestro dinero al momento, queremos nuestro café al instante, queremos saber lo que les ocurre a nuestros familiares, amigos, vecinos en el preciso momento en que hacemos clic, queremos conocer lo que ocurre en la otra punta del mundo... pero claro, eso nos hace pensar que podemos adquirir conocimiento, aprender, enriquecer nuestra mente, encontrarnos o reencontrarnos con nosotros mismos igual de rápido que conseguimos el resto de información. Se trata de un falso silogismo.
Aprender algo lleva tiempo, conocerse a sí mismo incluso más... son cosas que con facilidad se pueden conseguir leyendo libros, no información fragmentada que nos hace saltar de un hipervínculo a otro, tratando de distraer nuestra mente entre salto y salto para poder colarnos algún anuncio publicitario y seguir siendo esos descerebrados consumistas que las grandes marcas quieren que seamos.

Un libro (y recomendaría 3 o 4 al año) puede ayudarte a comprender mejor el mundo en el que vives, puede ayudarte a comprenderte mejor a ti mismo, descubriendo y disfrutando de aquello que te gusta sin darte cuenta ni siquiera de que lo estés haciendo. Un libro te ayuda a adquirir nuevos conocimientos y lo que es más importante, te ayuda a pensar. La capacidad de desarrollar una historia mediante las palabras que estás leyendo te pertenece a ti. La rapidez con la que enlazas una palabra con una idea, y una idea con otra, y generas un entorno con tu esquema mental mientras vas desgranando el libro, te ayudará a ganar agilidad mental, además de tener la mente más despierta, ser más creativo, encontrar soluciones más rápidas para más tipos de problemas y te hará sentir una paz y un bienestar al acabar el libro, que notarás que por fin algo ha calado en ti, no como cuando tratas de leer una noticia medio coherente de camino al trabajo por tu teléfono móvil, o como cuando tratas de insuflarte mil años de historia viendo un vídeo de 10 minutos.

Es una pena, pero descuidamos hasta la educación de los más pequeños y por falta de tiempo, en vez de entretenerles con un libro, o enseñarles la importancia y la grandeza del placer de la lectura, les ponemos una película de Disney y ya los tenemos pegados a su nueva educadora, la caja tonta.
El tema de la educación de los pequeños y jóvenes lo trataré más adelante, mientras, hagámonos un favor, a nosotros, a nuestras neuronas y a la gente que nos rodea:

Leamos más. Leamos mejor.

Don Quijote leyendo. Grabado de Gustave Doré.

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