martes, 23 de julio de 2013

Pon una playa en tu vida.

Playa principal de Sant Feliu de Guíxols

¿Quién no tiene, ha tenido, tendrá o debería tener una playa de algún pueblo costero que sienta especial por las vivencias en ella pasadas o por pasar?

Seguro que todos tenemos un lugar, ese lugar, en el que hemos pasado miles de aventuras, historias, hemos pasado grandes momentos y no tan grandes.

Por mi parte he tenido la gran suerte de ser de la Costa Brava, para mí (y para muchos otros, así como turistas extranjeros que la han hecho un referente mundial) la mejor costa española (y no por desmejorar a las tantas grandes y preciosas costas que sigue poseyendo España).

Sant Feliu de Guíxols ha sido mi municipio, mi ciudad, mi cuna y el lugar en el que me hice. Me hice a sus calles, a sus montes, a su gente, y, como no, a su mar, el Mediterráneo, a su playa, su sol, sus noches con luna y estrellas, sus fiestas y a los pueblos vecinos, bellísimos también.

Mis primeros recuerdos de la playa son con mis padres y hermano y amigos de mis padres con cuyos hijos jugábamos entre el arena y el mar. Luego recuerdo ir con mi abuelo y mi hermano, recogiendo conchas de las rocas de los espigones de la playa principal de Sant Feliu.
Recuerdo intentar pescar usando como cebo las almejas que arrancábamos de las rocas, con un simple artilugio, un hilo de pescar atado a un corcho y un anzuelo en el otro extremo.
No pesqué absolutamente nada a los 8 años aun, pero era divertido tratar de hacerlo, moverse entre las rocas con agilidad sin caerse al agua ni resbalar.

Los siguientes recuerdos van desde quedarme en la playa imaginando mundos mientras mis amigos iban a darse el último chapuzón, hasta conocer un chico belga con el que no me entendía apenas pero acabamos hablando (sea con signos o con un inglés chapucero) sobre nuestros países o sobre "21 Jump Street" (serie que catapultó a la fama a Jhonny Depp).
Desde estar sentado en el banco de piedra que cruza todo el paseo marítimo y decirle a una amiga que le gustaba un amigo nuestro, con lo que me llevé un bofetón y caí abajo al arena, golpeándome con mala fortuna en el brazo para dejarme una pequeña marca como recuerdo del momento (y sí, era cierto, le gustaba mi amigo), hasta cantar tonterías con otros amigos y quedarnos embelesados mirando las chicas pasar, sin atrevernos a decirles nada más que gritar nombres por si alguno resultaba ser el de una de ellas...

Y luego ya vendrían los veranos, veranos. Esos en los que tus padres piensan que te han secuestrado por lo poco que te ven por casa. Esos en los que pruebas el primer beso, en los que conoces a belgas, holandesas, alemanas... Esos en los que tener tres años menos que la chica que te besa no supone ninguna barrera.
En esos son en los que conoces otros amigos, en los que los viajes en moto o coche eran constantes. En los que yo y mi amigo nos íbamos con un ciclomotor a hacer caminos de montaña a las 2 de la madrugada.
Esos veranos en los que vacilas a todos y Matrix era ya una realidad.
Tardes de dardos, noches de estrellas, olor a mar, sabor de labios breves, otros horizontes, ron, ginebra, cocacola, habaneras y pesca.
En esos veranos nos íbamos mi amigo y yo a hacer pesca submarina. Nos poníamos el neopreno y cada uno con su arpón, aletas, gafas y tubo, salíamos a la caza de cualquier cosa que se comiera.
Veranos de fiesta mayor, de multitud de idiomas y uno solo universal.
Veranos en los que redescubres tu tierra de mano de otras personas..
Y finalmente, veranos en los que redescubres tu tierra de tu propia mano, y la revives al lado de otra gente, que te hacen sentir que es una tierra nueva, más viva, llena de recuerdos y generadora de nuevos.
Estás dispuesto a compartir tu tierra con todo el mundo, pero las vivencias escoges bien con quién tenerlas.
Esto es solo un pequeño botón de lo que oculta la Costa Brava. Desde calas de ensueño hasta grandes playas de arena granulada que te masajea al caminarla.
Y en ella, gente de todos lados con multitud de diferentes vivencias.

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