sábado, 26 de enero de 2019

13 días en Japón: 10. Kyoto (2), grandeza imperial y espiritual a 37 grados.

Décimo día en Japón, segundo en Kyoto y el más caluroso del viaje. Ya nos empezábamos a levantar un poquito más tarde (quizá a las 7:30 o las 8). Teniendo en cuenta que es bueno aprovechar las horas de sol para visitar... las 8 de la mañana es bastante tarde en Japón.

Después de desayunar (largo día, caluroso, había que cargarse de energía), fuimos a la estación central para ir en tren hasta el santuario de Fushimi-Inari. Nos bajamos en la parada de Fukakusa (aunque tanto la parada de Fushimi-Inari o Inari, más cercana aun, son igual de válidas). Allí, cruzamos un puente, y seguimos una callecita hasta la entrada al templo.

Entrada al santuario de Fushimi-Inari.
En la explanada de una pequeña montañita, la plaza de entrada al santuario de Fushimi-Inari te invita a pasar y descubrir lo que esa montaña oculta, un enorme (en extensión) y precioso santuario sintoista dedicado a la diosa Inari, de la fertilidad, del arroz y la agricultura, de los zorros (en ocasiones se le representa con forma de zorro, o se les coloca a las entradas como guardianes custodios) y de los negocios y el éxito.

Otro pequeño santuario de Fushimi-Inari

El templo tras el torii.
Dentro del templo.

Al otro lado, escaleras a otra zona del templo custodiada por zorros.
Mientras quedábamos deslumbrados por la paz del lugar, pasaron unos sacerdotes por delante de nosotros a los que pudimos fotografiar:

Fila de sacerdotes yendo al templo.
De hecho, el templo principal se encuentra en la cima de la montaña conocida también como Inari. Para acceder hay que recorrer un sendero plagado de toriis, que llegan a crear una especie de túnel. Como es un templo consagrado a la diosa del éxito, muchos empresarios han hecho donaciones para las creaciones de estos portones que se encuentran a lo largo de todo el sendero de acceso a la cima de la montaña. Se dice que hay unos 32.000 y, aunque sí es cierto que hay unos cuantos miles, la verdad es que no parece que lleguen a los 32.000 (por lo menos esa fue mi sensación, tampoco llegué a contarlos...).

Entrada al sendero de los torii.

El pasillo de toriis de Fushimi-Inari.
Viajero (que no turista) captando detalle de las columnas.
Detalle de las columnas captado por el viajero.
Viajera posando apoyada en el pilar izquierdo del torii.

Los pórticos eran de diferentes tamaños.
A medida que ibas adentrándote por el sendero de los torii, veías que el tamaño de los pórticos variaba, desde los de la entrada, amplios y altos, a los de más adentro, cuyo techo tocabas con facilidad con la mano. El camino, en alguna ocasión, llegaba a bifurcarse.

Vista entre los toriis, bosque del monte Inari.
Preciosa imagen de los destellos del sol filtrándose por los toriis.
Eso sí, dentro del sendero de los toriis nos podíamos refugiar un poco del impacto directo del sol abrasador. Aquella mañana marcaba 38 grados, y la humedad ambiental disparaba la sensación de calor abochornante.

Bifurcación del sendero.
Acceso al siguiente tramo del sendero custodiado por kitsunes (zorritos).

Kitsunes en la entrada de un nuevo tramo.
Seguramente a muchos ya os habrá sonado este sendero, lo recordaréis de la película Memorias de una geisha, en la que aparece (no entraremos en detalle de las inexactitudes que muestra dicha película).

Detalle de las columnas de la derecha.
Techos de los torii.
Es un paseo muy bonito, pero, hay que ir con tiempo, se agradece hacerlo con menos temperatura y hay que prepararse para hacer unos diez kilómetros de sendero circular de subidas y bajadas de escalones. Evidentemente no tuvimos en cuenta nada de ello.

Pequeño tramo de sendero marcado sin toriis.
Árboles en hoja por el camino.

Y de nuevo, entramos en un nuevo tramo de toriis.

Nuevo tramo de toriis, en el cartel aparece algo como "monte, fuego", el resto no lo entiendo.

El camino continuaba, entre la naturaleza del monte Inari.
Vista del camino desde fuera.
Nos pasamos unas tres horas transitando por el camino (también es cierto que nos detuvimos en varios lugares a hacer fotos). Hacia el final, dando la vuelta por debajo, se podían ver algunos restaurantes y tiendas de souvenirs. Incluso vimos varios lugares sagrados y/o funerarios:

Lugar sagrado bajando por el sendero.



Otra parte del lugar sagrado.
Y ya decidimos descender, o no veríamos mucho más aquel día (teníamos que ver el palacio y el castillo imperial, y el pabellón dorado, ya que el plateado no pudimos verlo).

Descenso del monte Inari.
Japoneses sintoistas rezando.
Altar con multitud de elementos sagrados sintoistas.
Parte sagrada antes de la bajada a la vuelta al santuario, antes de volver a la ciudad.
Panorámica del sur de Kyoto. (Se ve perfectamente que la ciudad se asienta en un valle).
La situación en la que se encuentra la ciudad, en un valle entre montañas, hace que la temperatura en la ciudad sea muy elevada en verano y bastante fresca en invierno.

Una vez abajo, se acercaba el mediodía, lo que significaba que el sol nos atizaría más perpendicularmente. Yamaguchi tenía razón, ese día estaba siendo muy muy caluroso, así que íbamos preparados con bastante agua.

Fuimos a la estación de tren y montamos en un JR que nos llevó a la estación central. De allí, subimos en otro JR que continuaba hasta la estación de Nijo, a unos 400 metros del castillo Nijo, siguiente visita que nos tocaba del día. (Después de los 37.000 pasos del día de ayer y con el calor que estaba haciendo, intentaríamos ir en cuantos más transportes públicos y evitar caminar, mejor).

Al salir de la estación de tren, fuimos por una carretera que iba hacia el castillo. Antes de llegar al castillo, en un colegio de primaria, unos chavales jugaban a béisbol, uno de los deportes nacionales de Japón. Los árboles de alrededor, por el paseo, nos proveían de sombra mientras veíamos a esos chicos jugar con ímpetu.

Al pasar el colegio, ya veíamos una de las cuatro esquinas de los muros del castillo, con su foso con agua que la rodeaba.

Muro y foso suroeste del Castillo Nijo.
El castillo cuenta con un doble muro, el primero más alto y grueso, con el foso lleno de agua, el exterior, da a un recinto y una plaza en la que se puede ver otro muro más pequeño, con un portón que da acceso a los dos palacios que se encuentran dentro del castillo, el palacio Ninomaru y el Honmaru. El que puede visitarse (y se debe si se viaja a Kyoto) es el Ninomaru.

Entrada por el muro interno al palacio Ninomaru.
El castillo empezó a construirse en 1601, por orden del shogún Tokugawa Ieyasu, primer shogún de los Tokugawa después del periodo sengoku (guerra civil). Acabó de construirse 25 años después.
Los shogunes eran generales que dirigían el poder militar y político de Japón, bajo los mandatos de los emperadores, que eran líderes espirituales y religiosos y las imágenes de la descendencia divina en la tierra.

Palacio Ninomaru
El palacio Ninomaru y sede del shogún contaba con 33 estancias, decoradas con pinturas y grabados y hojas de oro. Cuando tenía visita de los daimyo (señores feudales, terratenientes), a los que consideraba rivales los mantenía en espera en una sala con pinturas de tigres para su intimidación y así amedrentarlos.

Interior de la sala de reuniones. Foto de vero4travel.com.
En la foto anterior, la sala de reuniones donde el shogún se reunía con sus daimyos. El shogún queda al frente de todo, mirando hacia nosotros. Las figuras son representaciones de cera, no son reales.

Los tablones de madera que formaban el suelo de los pasillos que daban a las habitaciones quedaban sobre una tarima elevada, y con la presión ejercida al pisar sobre ellos, bajaban levemente para que el aire se filtrara por unas rendijas y así emitir un silbido a cada paso que se daba. Por ese motivo se les llama los pasillos del ruiseñor.

Esto no es aleatorio, sino que se hizo a propósito, para que el shogún o su escolta pudieran escuchar si alguien le acechaba por la noche.

Pasillos del ruiseñor, Castillo Nijo, Kyoto. Foto de tripadvisor.com.
Al salir del palacio Ninomaru, el calor nos asfixiaba. Teníamos que caminar buscando las sombras de los árboles. Vi que había acceso a una de las torres destruidas de la muralla interior y subí a ver si había algo interesante. El sol quemaba la piel, y no es exageración.

Palacio Honmaru desde la torre.


Vista del foso del muro interior y jardines.
Tiempo para pasear por los jardines de estilo típico japonés, con el canal, puentes y piedras sobre la vegetación. Se puede ver la luminosidad del día. Era agradable ver resaltar los colores verdosos del verano.

Jardines del Castillo Nijo.

Preciosos jardines del Castillo Nijo.

Arroyo de los jardines de Nijo.
Después de visitar los jardines, salimos ya a comer, antes de ir a visitar el Palacio Imperial de Kyoto. En una esquina, siguiendo la calle del castillo, vimos un gran supermercado donde poder comprar auténticas delicias. Era el Daily Qanat Izumiya. Compramos un par de ensaladas riquísimas y un poco de sushi, continuamos un poquito por la calle que ascendía al norte y nos detuvimos en la calle a comer. Por suerte las nubes empezaban a cubrir el cielo y se podía estar en la calle.

Sobreviviendo al calor de Kyoto en la Horikawa Dori.
Y después de comer, seguimos el paseo hacia el Palacio Imperial, a tan solo 1'5 Km. al este de la ciudad. Llegamos a una de las puertas laterales, flanqueada por el muro del recinto. Entramos y vimos unos jardines, y por ellos unos baños públicos, que van muy bien para acabar con el benpi (estreñimiento).


Baños públicos del recinto del Palacio Imperial de Kyoto, anti benpi.
Y saliendo de los jardines, a lo lejos, se veía el palacio imperial. Una gran avenida abierta entre los jardines llevaba al palacio. El recinto es un rectángulo de 1'3 kilómetros de largo por 0'7 de ancho.

Larga avenida hacia el palacio imperial, dentro de las murallas.
Nos tumbamos un rato a la sombra de los árboles, antes de entrar. El camino entre los árboles también es muy agradable y recomendable en verano.

Vista de la entrada desde los árboles.
Detalle de la entrada principal.
Cielo de Kyoto desde la arboleda del recinto del palacio.
Pero la puerta estaba cerrada y no parecía haber nadie cerca con la intención de entrar, extrañado por que estuviera cerrado... Rodeamos por el lateral, por la izquierda, y vimos que la entrada al palacio se hacía desde ese lateral (cuando ya pensábamos que nos iríamos sin verlo).

Recinto del palacio imperial.
Unos guardias custodiaban la entrada y te indicaban cómo acceder. Te acercabas a unas mesas puestas en la entrada donde, de forma gratuita, te entregaban un número de credencial para la visita. La entrada es libre. El primer edificio que encuentras es una sala con una proyección, a modo de salón cultural y/o museo. Nos interesaba más ver el recinto entero por nuestra cuenta ya que nuestro tiempo era limitado.

Una sala, probablemente un establo o para los mozos.
Salón de estudio.
Espacio sagrado, jardín zen y pórtico del palacio.
Pabellón del palacio.
Cabe destacar que hacia finales del siglo XIX, la residencia del emperador se fijó en Tokyo.

Pabellón de cerca.

Pórticos.
La visita estaba algo limitada, no te permitían salirte del perímetro marcado y había bastante vigilancia. Tras el palacio vimos sus jardines, igualmente hermosos.

Típico puente de madera y hierro cruzando canal.
Canal y jardín.
Isletas del jardín.

Otro puente por el jardín.


Zona de jardín con chabolas.

Pequeño y precioso recinto a modo de altar en el jardín.
Diversos pabellones a la salida.
Al salir, teníamos que llegar al Kinkaku-ji (pabellón dorado), a 3'9 kilómetros al noroeste de la ciudad. Quedaba a 42 minutos a pie, y después de la caminata del día anterior y haber estado subiendo y bajando el monte Inari por la mañana, no estábamos para mucho caminar. Además, el transporte público te llevaba en la mitad de tiempo y teniendo en cuenta que el templo cerraba hacia las 17:00/18:00, era mejor llegar cuanto antes.

Así que subimos a la esquina noroeste del recinto del Palacio Imperial, donde había una parada de autobús, (no sé si el 59 o el 203/204), que nos llevaba hasta allí en 21 minutos. Pagamos (creo que era como un euro y setenta céntimos cada uno), y nos llevó casi a la entrada del templo.

Venta de tiquets y entrada a la izquierda al Kinkaku-ji.
Para entrar era un poco lioso, había un par de colas, una para las entradas en grupos y otra para entradas individuales. Luego, también, había dos zonas por las que entrar, ambas custodiadas por un trabajador del recinto.

Al fondo, el Kinkaku-ji.
Kinkaku-ji de más cerca.

Kinkaku-ji lateral.

Kinkaku-ji desde el otro lado.
Un poco de historia acerca del Kinkaku-ji: fue construido como residencia del shogún Ashikaga Yoshimitsu en 1397, siendo transformado en templo budista zen por su hijo. Sus dos últimos pisos están hechos con hojas de oro, de ahí el brillo dorado del templo, mientras que el primer piso está construido con madera tradicional.

Tiene tres estilos, el primer piso (Cámara de las Aguas), una cámara con balcón que da al agua, es de estilo palacio imperial. El segundo piso (Torre de las Ondas del Viento), es de estilo samurai. El tercer y último piso, estilo templo zen, con ventanas. Los dos últimos pisos albergan reliquias de Buda.

En 1950 fue incendiado por un monje con enajenación mental. Este episodio se relata en el libro El pabellón de oro, de Yukio Mishima (1956).

Después de rodear el Kinkaku-ji, seguimos por el parque y los jardines de la zona.

Jardines del Kinkaku-ji.
Estatua en la que había que acertar colar las monedas en el recipiente circular central.
Pequeño templo en los jardines del Kinkaku-ji.
Otro pequeño templo antes de salir de los jardines.
Antes de llegar a los dos pequeños templos del final, había una especie de chill-out donde se podía tomar algo (ya cerrado por la hora que era). Nos dió tiempo a salir y volver a entrar por otro lado para ver desde otra perspectiva el Kinkaku-ji (o hacernos las fotos que todo el mundo se hacía).

Perspectiva general.
Eran sobre las 18:00, demasiado tarde para visitar más cosas y demasiado pronto para cenar y acostarse. Se me ocurrió que sería buena idea volver andando a casa (siempre se pueden ver o descubrir nuevos lugares no esperados durante el trayecto).

Una calle cualquiera en una buena zona cerca del monte Daimonji (donde se encuentra el Kinkakuji).
Así, bajando por una de las calles principales, pudimos ver el santuario Hirano, establecido el 794 por el emperador Kammu. Recientemente ha adquirido el primer rango de importancia entre los santuarios. Se celebra en su recinto y jardines un festival del cerezo, pues cuando estos florecen es un bellísimo espectáculo que contemplar.


Santuario Hirano y jardines con cerezos.
El cansancio nos venció al estar bajando por una de las calles principales que llevaban al hotel, así que a poco más de medio camino fuimos en tren hasta la estación principal y de allí a donde nos hospedábamos. La vuelta era algo más de hora y media de camino, por lo que era normal pensar en no hacerla toda caminando, llevando tanto a pie, desde por la mañana en Fushimi-Inari, y soportando tanto calor (aunque por la tarde la temperatura se hiciera algo más soportable).

Mumin en la cama, durmiendo.
Mumin ya estaba durmiendo en la cama, y era normal, se hacía tarde y no todos los restaurantes iban a estar abiertos. Por suerte, en las ciudades, los restaurantes suelen abrir hasta más tarde. Algunos abren hasta medianoche pensando también en el turismo.

Fuimos a ver la pagoda del templo budista de To-ji, apenas a 3 calles. El templo es uno de los tres templos budistas del periodo Heian. En esa época solo se permitió la construcción de dichos tres templos. De ellos, el único que sigue en pie es el To-ji, ya restaurado varias veces. Su pagoda, reconstruida en 1644, es la torre de madera más alta de todo Japón con 54,8 metros de alto.

Era de noche, por lo que el templo permanecía cerrado y la pagoda solo pudimos verla desde la calle:
Vista nocturna de la pagoda del To-ji.
Pagoda del To-ji, desde el otro lado de la calle.

Yendo hacia la pagoda, vimos algunos restaurantes, dos o tres, abiertos, que podían estar bien... pero justamente al cruzar la calle para hacer la última foto a la pagoda, vimos en esa misma acera un restaurante que pintaba muy bien. Los precios y su carta acabó de convencernos.

En cuanto entramos, una pareja que estaban sentados a la derecha nos oyeron, y en seguida dijeron: "el camarero habla muy bien español...". Nos habían escuchado hablar, eran colombianos. El camarero al principio algo avergonzado decía que no hablaba español (entramos hablando con él en inglés), y luego ya se soltó y nos contó que era venezolano, que llevaba como 2 años en Japón y que estaba casado con la hija de la propietaria, japonesa, que era la que cocinaba.

La comida estaba tan rica que no pudimos hacerle fotos a todos los platos ni a los platos sin empezar a comerlos...

Plato ya empezado, salsas deliciosas.
Entre tanto, también entró un amigo o conocido del camarero, de origen portugués, que había pasado dos meses en japón sin suerte, no encontró trabajo, y debía volver a su país. Decía que lo que le había sido un mayor inconveniente a la hora de encontrar trabajo era el idioma.

Otro rico plato del Madoi.

Por si queréis echarle un ojo al restaurante, Shokkusai Kobo Madoi, os paso el link de su página web (en la que han colgado hasta fotos de la boda entre el camarero y la hija de la propietaria) :)
http://www.kyoto-madoi.com/language.html#language1

A todo esto, antes de irnos, la propietaria apareció y nos obsequió con unas tortiras de pasta de judía roja. Qué maja.

Volvimos al hotel y ya tiempo de dormir. El día siguiente tocaría volver a Tokyo, capital de Japón, y hacer una visita de tres días antes de volvernos a España. Así que, siguiente entrada, ¡Tokyo! (qué grande).

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