miércoles, 10 de octubre de 2018

13 días en Japón: 4. Shirakawa-go (aldea histórica samurai).

El barrio de Ueno en Tokyo, Nikko, el monte Fuji y el lago Kawaguchi... empezábamos a paladear Japón y apenas llevábamos una quinta parte del viaje.

El cuarto día fuimos a la estación de autobuses en Fujikawaguchiko, de allí nos esperaba un viaje en bus de poco más de seis horas y media hasta Shirakawago, pasando por Takayama, donde teníamos que cambiar de autobús.

El autobús hacía paradas cada dos horas, y cruzamos la zona conocida como "los alpes japoneses", al oeste de la isla principal. Prácticamente todo el país está rodeado de grandes cordilleras que lo cruzan, de norte a sur y de este a oeste, y es esa zona, la central-oeste de la isla de Honshu, la que es más escarpada (de ahí que los japoneses aprovechen los valles y zonas planas para poder asentarse).

Desde la ventanilla del autobús podíamos ver paisajes como estos:

Lago de camino a Takayama.

Lago y montañas de los alpes japoneses.

Montañas y riachuelos a gran altura. 
Pistas de esquí, sin nieve.
A diferencia de otros países y a pesar de ser 127 millones de habitantes, los japoneses no tienen autopistas y/o autovías de muchos carriles. Generalmente son de dos carriles o incluso de uno, y aun así no te encuentras con un tráfico nefasto. Al contrario, el viaje se hace agradable y se llega bien a los lugares. Posiblemente el limitar la velocidad a 80 o 100 kilómetros por hora en estas vías favorece que no haya accidentes graves y, por tanto, que el tránsito de vehículos sea más fluido.

A veces te sorprendes al ver lo estrechas que pueden llegar a ser las calzadas niponas. Recuerdo que al pasar por varios de los muchos túneles que pasan por esa zona montañosa, el conductor del autobús debía hacer ráfagas con las luces o toques de claxon alertando a los vehículos que venían en sentido contrario en las curvas. Los túneles tampoco suelen ser los enormes orificios que generamos nosotros en los interiores de las montañas.

Al llegar a Takayama, cambio de autobús. Como era mediodía (poco más tarde), decidimos recargar fuerzas mientras salía o no nuestro siguiente autobús. Compramos una especie de bollito de te verde con judías rojas, un zumo de frutas y yo una cerveza Kirin, Ichiban, para tratar de ser persona bajo el tórrido calor del verano.

Bollito de te verde con judías rojas... ¿Ñam?
Curiosamente, la carretera y muelles de los autobuses los tenían remojados, quizá para combatir el calor y que los neumáticos no soportaran tan altas temperaturas mientras los autobuses permanecían parados.

Es muy común ver a japoneses durmiendo en los medios de transporte, metro, trenes, autobuses, aprovechan la duración del trayecto y se echan una buena cabezadita para llegar frescos y seguir activos durante todo el día.

De Takayama a Shirakawago había una hora en autobús. Al llegar, vimos como había casas con sistemas de riego del techo para mantenerlas templadas tras ser irradiadas por el fuerte sol de verano. Sí, el agua salía por los tejados y los bañaban para caer al sumidero y, probablemente, volver a iniciar el ciclo.

El paisaje de aquella aldea era impresionante. La aldea estaba un poco alejada del pueblo moderno, no demasiado, quizá unos dos cientos metros. Era entonces cuando cruzabas un puente, te adentrabas en el valle y encontrabas la aldea medieval samurai de Shirakawago.

Llegamos hacia el principio de la tarde.

Parada de autobús de Shirakawago.
 Y pronto localizamos dónde nos alojábamos para poder dejar las maletas y empezar la visita a la aldea samurai.

Al final del camino, recto, la casa donde nos hospedábamos.
Desde allí, a 200 metros más al sur, se encontraba un puente (al lado de un 7 eleven que nos salvaría de los horarios tan diferentes de Japón), que cruzamos. En ese 7 eleven es donde compramos algo para comer, aunque no demasiado, ya que habiendonos metido el pedazo de desayuno del hotel Rakuyu y con el bollo raro de judías y té...

A unos 300 metros más, ya se empieza a ver la aldea.

Restaurante justo antes de llegar a las casas con tejado de paja.
A la izquierda, por la calle principal, el santuario de la aldea, con el portal de piedra y las cuerdas sagradas.

Santuario de Shirakawago.
Y frente a nosotros se abría el valle que contenían las casas de tejado de paja triangular, conocidas como gassho-zukuri, de forma que puedan soportar el peso de la nieve, muy abundante en invierno.

Casas en el valle de Shirakawago.
A lo largo de la calle principal parábamos para hacer mil fotos a cualquier cosa que nos pareciera curiosa. Incluso cualquier negocio, en este lugar, parecía lo más japonés que había en japón:

Tiendas y restaurantes en Shirakawago.
Algunas de estas casas tienen más de 250 años, suelen tener unos 18 metros de largo, 10 de ancho y tres o cuatro pisos de altura, cuyos áticos eran usados para la cría de gusanos de seda.

Caserío histórico de Shirakawago, foto artística de Cris.
Como el material es tan altamente inflamable, el poblado contaba con una campana que sonaba en caso de incendio para alertar a los vecinos y así poder combatir a tiempo el fuego o huir de él cuando nada se pudiera hacer.
Campana de la aldea.

Más casas en Shirakawago
La luz aquel día era perfecta, ni demasiada luz al estar atardeciendo, ni extremadamente nublado. Cualquier rincón de la aldea era digno de una fotografía. Aquello era Japón, continuaba siendo Japón... Aun me sorprende el haber pisado aquella tierra, haber sentido aquel aire que, aunque caliente en verano, era envolvente y puro. La luz resaltaba los colores del verano de Shirakawago, marrones de paja y madera, verdes de árboles y montaña, y el brillo en el agua con las carpas rojas y blancas y doradas nadando en ella.

Probablemente un almacén, pero, qué zen ¿no?
Se nos hizo tarde para visitar el museo de la aldea histórica al aire libre. Cruzando un puente colgante, larguísimo, de cemento (increíble que una estructura así se mantenga en pie) sobre un río, llegamos a una zona de párking, al otro lado, una pequeña villa museo que cerraba a las 17:00. Eran las 16:50 y un cartel decía que la entrada de personas solo estaba permitida hasta las 16:45. Nos asomamos y caminamos hasta donde se podía, muy poco, foto y vuelta atrás:

Casas de la villa-museo.



Casa de ka villa-museo.
A la salida, antes de volver a cruzar el puente, algunos comercios permanecían abiertos (a punto de cerrar, pues toda la aldea descansaba a partir de las 17:00).

Restaurante donde tomar algo, viajero cansado.
De vuelta a la aldea, nos dirigiríamos a la zona situada más al sur.

Calles de la aldea de Shirakawago.

Con tejado dorado, probablemente un hostal o casa de huéspedes.
Como grandes huertos se asomaban por los patios traseros de algunas casas, quizá plantaciones de arroz, o soja, o wasabi, o... ¿?
Maravillosa imagen.
Detalle del techo de paja de un comercio.

Patio vecindario de Shirakawago.

Shirakawago, en el valle, a la derecha, el templo.

Templo de Shirakawago.

Casa entre cultivos y caminos.


La vida brota por cualquier lugar.
Y ya, el fin de Shirakawago. Siguiendo la carretera, que giraba a la derecha, encontrábamos las últimas casas. A continuación, una fotografía volviendo hacia la aldea.

Las últimas casas de Shirakawago.
Dimos media vuelta, y después de ver una graciosa fuente, que consistía en un tronco abierto lleno de agua y un par de tazas atadas con una cuerda, volvimos hacia el noroeste, y subimos una pequeña cuesta para ver una panorámica de la aldea desde un poco de elevación:

Panorámica de Shirakawago.

Antes de volver, otra fotografía icónica. Nosotros autofotografiados lanzando la gorra al aire frente un espejo de tráfico en la subida al monte desde el que sacamos la panorámica.

Gorra cayendo, antes de ser recogida sin que tocara el suelo.
Y ya volviendo, la última foto a Shirakawago, ya con el farol encendido, imagen de que eran sobre las 18:40 aprox. Todos los negocios cerrados desde poco después de las 17:00, sin posibilidad de cenar fuera...

Iluminación callejera de Shirakawago.
Acabamos comprando unos bentos en el 7 eleven pasado el puente que lleva a la parte no histórica. Pero mereció la pena, pudimos cenar en la terraza de la casa de huéspedes en la que nos alojábamos, en una mesa con dos sillas, frente las montañas, las pocas luces de las pocas casas y la luna llena coronando el cielo. Ya podían comernos los mosquitos si querían (tuvimos que estar con luz tenue para no llamar su atención), que aquella estampa bien merecía la pena.

Noche en Shirakawago, desde la terraza de la guesthouse.
Y hablando de mosquitos, no sé si lo mencioné. pero en este país son resistentes a nuestros repelentes. Por mucho que nos pusimos, acabamos acribillados a picotazos, especialmente por las piernas (me comieron los tobillos), ya desde Nikko.

Y ya, nuestra habitación, con futones y suelo de tatami. Oyasumi Nasai! (que significa "buenas noches")

Habitación, me encanta el estilo tradicional japonés.
Y preparaos... porque el día siguiente tuvimos que madrugar para ir a Ise, a ver las rocas casadas y uno de los mayores y más sagrados santuarios sintoístas. Allí nos aguardaba un paisaje marítimo, de playa, de montaña selvática, de preciosos santuarios y mucho más... pero eso nos quedaría para el siguiente día. 

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