jueves, 27 de septiembre de 2018

13 días en Japón: 3. El monte Fuji y el lago Kawaguchi.

Despertábamos con las vistas de las montañas de Nikko, muy temprano, ya que debíamos llegar a Kawaguchiko, ciudad de la región de los cinco lagos que rodean al Monte Fuji (no será necesario adelantar que es un paisaje espectacular).

Buscamos una cafetería abierta (aun no íbamos a atrevernos con los desayunos japoneses). Eran las 8, apenas empezaban a abrir algunas. Pronto vimos una cerca de la estación de trenes. Estaba abierta, y ofrecía unos dulces, pastas, croissants, chocolates y buen café. Le pedimos al amable dependiente un par de cafés con leche y alguna pasta mientras nos ofrecía varios surtidos de dulces y nos indicaba que podíamos sentarnos y él mismo nos traería a la mesa lo que pedimos.

Cafetería cerca de la estación de Nikko.
Y después, al Nikko express:

Nikko express en la estación de Nikko.
En Utsunomiya hicimos el primer transbordo de 4 (en total tuvimos que subirnos a 5 trenes para llegar a Kawaguchiko, y aquí estaba un poco la pega del JR Pass, que no te lleva a todos los rincones, hay que pagar algún tren o autobús extra y te hacen subirte a varios trenes, combinar horarios, etc.).

Tren bala de Utsunomiya a Tokyo.
En Tokyo nos subimos a otro tren, y los dos siguientes... ya ni recuerdo, pero finalmente, después de 6 horas, llegábamos a Fujikawaguchiko, nuestro siguiente destino. Mereció mil veces la pena.

El día estaba bastante nublado, quizá chispeó un poco, muy poco, permaneció nublado todo el día, algo que hizo que las temperaturas no fueran exageradamente calurosas.
Desde la estación de Kawaguchiko llamamos al hotel en el que nos hospedábamos aquella noche para que vinieran a buscarnos. Tenían servicio de recogida a la estación gratuito.
Y al llegar al hotel, el recibimiento fue fantástico. A Cris le dieron un Yukata a escoger entre unos cuantos y yo tenía el mío en la habitación. Y nos obsequiaron con un par de zumos naturales frescos, muy apetecibles, frente a las magníficas vistas "es todo tan hermoso...":

Zumos naturales frescos de frutos rojos frente al lago Kagawuchi en el hotel.
El hotel, para los que queráis hacer una visita y disfrutar de una estancia más estilo tradicional, era el Rakuyu, un hotel de estilo Ryokan. Los Ryokan son alojamientos más tradicionales, de suelo de tatami (tarima de paja de caña de bambú), en los que te descalzas antes de entrar a la habitación y vas en zapatillas para no dañar el suelo, te paseas en Yukata o Kimono (el Yukata es como un Kimono, pero más ligero, de verano), y suelen tener amplios baños tradicionales japoneses conocidos como Onsen.

Habitación con tatami y futones (colchones japoneses) en el suelo.

Con vistas al lago Kawaguchi
Preciosas vistas desde la habitación.

Después de una breve sesión de fotos en la habitación, fuimos a comer algo (que ya era hora). Encontramos una especie de supermercado familiar, Takadaya, con bentos que podíamos calentar allí mismo, en un microondas. Por cierto, si os dicen "sono mama", es como un "just" en inglés, es decir "simplemente". Es lo que nos dijo la dependienta cuando le pregunté si podíamos calentar los bentos en el microondas sin sacarle el envoltorio. Un clarísimo "sono mama..." y algo más que no llegué a comprender.

Continuamos caminando un poco hacia la parada de autobuses hasta ver un lugar en el que sentarnos a comer nuestros bentos. Por cierto, bento es como se conoce a las cajitas (de madera generalmente) que contiene comida hecha lista para comer o calentar y comer. Sería como un pequeño menú precocinado.

Lo que veis apenas llega a los 6 euros y sacia a dos personas.
Seguimos hasta la estación de autobús (al lado de la de tren), y desde allí fuimos en autobús hasta la estación 5 de la línea Fuji Subaru, a 2500 metros de altura en el monte Fuji. Lamentablemente nos siguió la espesa niebla y apenas nos dejaba vislumbrar la cima del Fujisan. El autobús tardaba una hora en llegar al destino.

Cima del Fujisan desde la Subaru 5th station.

Recorrimos poco más de un kilómetro de ida y vuelta, que equivalían a unos 250 metros de subida a la montaña. Estaríamos a unos 2700 metros de altura.

La montaña más sagrada de Japón, el Fujisan.

A veces la niebla daba un poco de tregua.

Camino ascendente al monte Fuji.

Otras veces la niebla no daba tanta tregua.

Camino ascendente al monte de más de 3700 metros de altura.
El monte Fuji (o Fuji-san en japonés) es un volcán compuesto (más de un cráter) de 3776 metros de altura, la montaña más alta de todo Japón y uno de los lugares más sagrados. La última vez que entró en erupción fue en 1707. Hasta el siglo XIX estaba prohibido que lo ascendieran las mujeres.

Belleza natural captada por nuestra cámara en el Fujisan.
Llegamos a un punto en el que había un control y avisaban de los riesgos de seguir ascendiendo a la gente que no iba preparada. Nosotros íbamos de verano total, manga corta y pantalones cortos. La temperatura en la cima descendía a los 4 grados y los vientos eran muy fuertes, así que ni por asomo íbamos a intentar ascender (quedará para la próxima visita).

Bajamos de nuevo al punto de recogida del autobús y volvimos con él a Kawaguchi. Para la cena volvimos a comprar unos bentos y regresamos al hotel.

Viajeros en Yukata.

La cena está servida.
Después de cenar fuimos a darnos un relajante baño en el onsen del hotel. Un onsen es un baño tradicional japonés, puede ser público o privado, generalmente separado por sexos, y que se encuentra o en la naturaleza al aire libre con aguas termales, o en espacios cerrados.

Para bañarse en estos lugares también hay que pasar por un pequeño ritual de purificación (o limpieza) antes de entrar a la bañera o piscina de agua caliente, a la que, obviamente, accedes completamente desnudo/a. Primero vas a la zona de duchas, hay algunos barreños que puedes usar para echarte agua por encima, y lo aconsejable es lavarse todo el cuerpo con gel (cabello incluido, con champú) antes de entrar a la zona de baño. Una vez limpio/a, purificado/a, entras a la bañera o piscina o zona de baño.

En el hotel teníamos una gran zona de baño, de unos cinco metros de largo por dos de ancho, con una barandilla de cristal que te permitía ver el lago por la noche mientras te dabas el baño, semicubierto por el techo, quedando el frontal al aire libre.

Bañarse por la noche, frente el lago con las luces de alrededor, las siluetas de las montañas, sintiendo el calor del agua mientras la suave brisa de la noche de verano de japón te acariciaba era tan relajante y agradable... sin duda, es una de las cosas que más recomiendo si se visita el país. Eso sí, si se hace en otra época de menos calor, mejor. Aquella noche permanecer mucho tiempo en las aguas calientes del onsen llegaba a ser agobiante. Demasiado calor. Así que estuvimos una media hora, yo quizá un poco más.

Al salir, tienes que volver a ducharte (aunque el gel y el champú ya no sea imprescindible), para finalizar el ritual del baño.

Después fuimos a la zona de recepción, donde hay cómodos asientos con mesas frente un amplio ventanal con vistas al lago, a tomar un té antes de irnos a acostar.
Era la primera noche que dormíamos en un futón y, la verdad, podría ser la noche que mejor dormí. Muy cómodos, pasamos una noche muy relajada con un profundo y placentero sueño.

Fujikawaguchiko aun nos reservaba una grata sorpresa más. Habíamos pagado por el desayuno en el hotel. Bajamos a desayunar a las 7:30 (nos quedaban otras horas de viaje hasta Shirakawa-go), y nos encontramos con todo este manjar:

Nuestra mesa (con nuestros nombres) lista para el desayuno.

Completo desayuno japonés, como Kamisama manda.
El desayuno incluía sopa de miso, pescado frito, tortilla, ensalada, tempura, vegetales hervidos, zumo de zanahoria, té verde, una especie de yema de huevo dulce con algo parecido a jamón, arroz (el arroz es básico en casi todas las comidas), unas albóndigas con carne y yoguro (y alguna cosa que me estaré dejando).

Después de hincharnos a comer (ese desayuno nos saciaría casi hasta la noche), los del hotel nos volvieron a dejar en la estación de autobuses, donde nos subiríamos a uno que fuera hasta Takayama, y de allí otro autobús hasta Shirakawa-go, nuestro nuevo destino, aldea medieval samurai, otra maravilla más de Japón.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

13 días en Japón: 2. Nikko.

Segundo día en Japón, salíamos de la estación de Ueno, Tokyo, (una estación con pequeños pasillos, algunos de ellos con tiendas y restaurantes, y un amplio recibidor), en tren bala hasta la estación de Utsunomiya. Allí teníamos que transbordar a otro tren, el Nikko Express, que en 5 paradas nos dejaría en Nikko, a unos 140 Km. al norte de Tokyo.

Como nos habíamos olvidado la pasta de dientes, tuvimos que comprar una allí mismo, y fue una pequeña odisea, porque nadie hablaba inglés. Suerte que se nos ocurrió escribir por el móvil lo que queríamos y enseñárselo en una imagen al dependiente de una tienda (el móvil os salvará la vida, futuros viajeros).

Para llegar a los destinos, es muy común en Japón cambiar varias veces de tren, esto lo iremos viendo a medida que vaya escribiendo sobre los siguientes días. Llega a ser algo complicado y, especialmente, se cobra bastante tiempo el tener que hacerlo. Así que fuimos primeramente en tren bala hasta la estación de Utsunomiya y los últimos 20 kilómetros los hicimos en el Nikko Express.

Finalmente llegamos a Nikko. El aspecto que tenía el lugar era el de un pueblo en un valle. Pequeño, aunque no tanto, ya que aunque en apariencia no lo parezca, Nikko tiene casi 81.000 habitantes.
Las montañas rodean la ciudad y son visibles desde casi cualquier punto. Pero lo más llamativo que tiene el lugar son su multitud de templos y santuarios, muchos de ellos importantes, de gran tamaño y muy coloridos, y otros pequeños repartidos en la naturaleza, entre las montañas y las cascadas.

Nikko, con las montañas al fondo y algo de niebla.

Casas y comercios de la calle principal de Nikko.

Buñuelos de pulpo siguiendo la carretera principal.

Nikko alargándose por su carretera principal.
Algo menos de calor, pero aun con humedad en el ambiente que era abochornante. La arquitectura ochentera occidental se mezcla con la tradicional japonesa en esta ciudad que se extiende por su carretera principal. Dejamos el equipaje en el hotel y nos dirigimos al norte, hacia los grandes santuarios. Antes teníamos que parar a comer. Eran las 13:20 y teníamos hambre (normal, habiendo madrugado tanto. Era difícil adaptarse al horario japonés. Ellos desayunan hacia las 7 de la mañana y están comiendo entre las 12:30 y las 13:30, a las 19:00 ya han cenado).

Buscamos un sitio recomendado por Tripadvisor y encontramos uno que tenía buena pinta. Sin desviarnos del camino, en la misma carretera principal, por nuestra misma acera. El lugar era de cocina japonesa, tradicional, gustosa y para cualquier paladar, pero los que entrábamos a comer éramos principalmente occidentales u orientales no japoneses (chinos, vaya), pero especialmente occidentales, muy probablemente atraídos por la buena publicidad y opiniones encontradas en tripadvisor. El lugar hace honor a su buena crítica. El local en cuestión se llama Hippari-Dako, y sirven tanto ramen como pollo rebozado, brochetas de pollo, sopas de miso... con acompañamiento de arroz... y muy económico. Creo recordar que acabamos pagando incluso menos de 8 euros cada uno.

Montón de dedicatorias de visitantes de todo el mundo.

Soba con brochetas de buñuelos de carne, arroz y gengibre. Hippari-Dako.

Carne empanada con soba, arroz y gengibre. Rico. Hippari-Dako.

Nosotros también dejamos una dedicatoria...
Comimos de maravilla. La grandeza culinaria y los deliciosos y frescos alimentos nipones bailaban en nuestros estómagos después de haber danzado en nuestros paladares. No exagero, ha sido y será mi cocina preferida.

Continuamos avanzando y justo antes de llegar al cruce con una carretera que nos separaba del monte en el que se encontraban los templos y santuarios, a la izquierda y bordeando el río, un precioso paso sagrado con montones de campanillas sonando al paso del viento, y un puente rojo. El Futarasan Jinja, un santuario sintoísta (más adelante detallaré las diferencias entre el sintoísmo y el budismo, las dos grandes religiones predominantes en Japón) se abría paso y encontrábamos el puente Shinkyo:


Puente Shinkyo

Camino del santuario Futarasan Jinja que conduce al puente.

El camino sagrado.
El puente Shinkyo con la belleza de las montañas de Nikko.

No cruzamos por el camino y el puente rojo, ya que hacían pagar 800 yenes (6 euros y medio), por lo que continuamos recto cruzando una carretera al monte de los templos. Unas escalinatas de piedra subían por la montaña justo enfrente de nosotros. La maleza rodeaba el camino dotándolo de una belleza salvaje comparable a pocas cosas.

Torii o entrada sagrada al camino de los templos de Nikko.

Una explanada se abre, detrás de una fuente de piedra y hierro con forma de dragón y una estatua, se yergue un enorme templo rojo, el Hon-do, pero nos encontramos con una sorpresa inesperada, está completamente cubierto por lonas y andamios, imposible verlo. Solo tienen una imagen a tamaño real en una lona en lo que sería la entrada. Lo están reconstruyendo.

La fuente con estatua.

Detalle de la fuente del dragón.

El primer templo que encontramos, el Hon-do (sala del Buda) en reconstrucción.
Enfrente del templo, crematorio de incienso.
Complejo de templos del Rinno-Ji.
Antes de pasar a la zona de pago, pasando el gran torii de piedra, a la izquierda, la gran pagoda de cinco niveles de Toshogu nos deslumbra por su magnificencia. Cada uno de sus niveles representa la tierra, el agua, el fuego, el viento y el cielo, en orden ascendente.
Gran Torii de piedra, entrada sagrada.


Gran pagoda de cinco pisos.
Entrada al santuario Toshogu, custodiada por dos demonios y dos guardias.
Tras el Rinno-Ji, el tesoro nacional, cuyos 38 edificios forman parte del patrimonio de la humanidad por la UNESCO, se tenía que pagar unos 500 yenes (apenas 4 euros) para acceder a los santuarios de Toshogu. Puedo decir que los mejores 3 euros y pico mejor invertidos de mi vida. Si vais a Nikko, no dudéis en pagar por ver, lo que veréis no tiene precio.


Almacenes del santuario Toshogu.

Camino de piedra y farolillos de piedra de Toshogu.
Ese día era difícil poderse hacer fotos sin que apareciera nadie, pues hasta nos topamos con unas grandes excursiones de chavales de primaria, aparte de la gran cantidad de turistas que había por la zona.
Siguiendo el camino de piedra, a izquierda, la subida a la siguiente parte del santuario, con la puerta de Yomeimon, puerta de dos pisos, arriba. 

Torii con la puerta de Yomeimon al fondo.

Antiguo depósito de agua.

Pequeño templo Tsuzumiro.

Piedra con forma de tortuga.
Establo de los caballos sagrados con los famosos tres monos "no veo, no oigo, no hablo".

Los tres monos del budismo "no veo, no oigo, no hablo".


Yomeimon (puerta de dos pisos).


Yomeimon

Detalle de la esquina de la Yomeimon.

Almacen de Sake en el santuario.
En la explanada, cruzada ya la puerta Yomeimon, pudimos colgar unos votos sagrados con buenos deseos por 100 yenes (0'78 euros). No teníamos ni idea de qué ponía, pero seguro que eran cosas muy positivas.

Papel con buenos deseos para enrollar y anudar en una cuerda en el santuario.
Conlgando nuestros deseos.

Aquí permanecerán nuestros deseos hasta que los Kamis los cumplan.
Esos votos escritos en una especie de papel de arroz se suelen colgar de lugares que se consideran sagrados, incluso de ramas de árboles o arbustos, a la espera de que se degraden con el paso del tiempo, con el viento y la lluvia.

Pudimos entrar al templo budista Yakushio, el cual tenía pintado un enorme dragón en su techo, pero lamentablemente no nos dejaron hacer fotos. También entramos al santuario del fondo, el Honden, en cuya entrada aparecía la figura de un gato durmiendo. Por el lateral derecho, otra puerta nos llevaba a un camino de piedra, una escalera de peldaños de piedra que subían y conducían a otro pequeño santuario en la cima. El Okumiyahaiden, con su tienda de souvenirs enfrente, con la imagen del gato durmiendo. Detrás del santuario, una especie de mausoleo, el Okusha Hoto, que contiene los restos del primer shogún de la era de los Tokugawa.

Santuario Okumiyahaiden
Puerta del Kanosugi o Cedro Sagrado,

Okusha Hoto, donde descansan los restos del shogún Ieyasu Tokugawa.

El gato durmiendo.

Detalles del colorido del techo del santuario.
Turno ya de bajar, esta vez fuimos por el lateral derecho, pero antes de continuar debíamos combatir el calor y revitalizarnos, así que buscamos dónde tomarnos un café helado. Por el mismo lateral derecho encontramos un camino bajando a la izquierda que nos llevaba a otro santuario (al que entramos y que nos inspiró para otra foto...) y luego, a la derecha, bajamos por unas escaleritas de piedra que daban detrás del museo de Toshogu (edificio moderno). Allí, una cafetería que expulsaba aire frío incluso desde el suelo (gracias). Entramos por el tan deseado café con hielo.

Santuario inspirador. Foto obligada.

Café con hielo, delicioso, en tacita cobriza.

Ahora sí, revitalizados, bajamos hasta la pagoda y desde allí, un camino a la derecha,  amplio rodeado de árboles y un muro que separaba los templos que ya habíamos visto, nos llevaría a la siguiente zona.

Desde allí pudimos llegar por un agradable paseo entre cedros hacia el siguiente santuario, ya más pequeño. El santuario de Futarasán. Justo antes de llegar al santuario, unos templos budistas se encuentran al final del camino. Pudimos entrar a uno de ellos. Lamentablemente no permiten fotos en su interior.

Hall o entrada al templo budista delante del santuario Futarasan.

Torri o entrada al santuario de Futarasan
Cedro sagrado en el camino a la entrada al santuario de Futarasan.

Entrada al santuario Futarasan (a la izquierda, hombre desparasitando la madera del santuario).
En el interior del santuario de Futarasan, pudimos presenciar una especie de ritual o ceremonia, probablemente nupcial, de purificación o de fortuna para la pareja que se sentaba frente al sacerdote.


Interior del santuario de Futarasan.
Salimos de nuevo al camino, a la derecha los últimos templos budistas:

Templos budistas al final del camino.
Puede que el camino parezca un poco lioso, pero en realidad no lo es tanto, os dejo una captura de imagen para que veáis que no es tan laberíntico. Si clicáis la imagen, el camino marcado en rojo es el que hicimos desde Hippari-Dako (donde comimos) por los templos principales de la ciudad.

Clic para alargar y ver ubicaciones.
Por si toda la belleza que acabábamos de ver fuera poca, Nikko nos guardaba un as en la manga. Buscábamos las cascadas de Shiraito. Se podía acceder por dos lugares distintos. Uno, a través de uno de los santuarios, para lo que se tenía que volver a pagar (y te pierdes parte del camino), y otro, volviendo a la zona de la explanada del Rinno-ji. De allí seguir hacia arriba. A unos 300 metros comienza una pequeña carretera y un caminito a la izquierda que está plagado de pequeños santuarios mimetizados en la naturaleza. El paisaje es de los más bellos y la paz que se encuentra allí se encuentra en pocos lugares de este mundo. Apenas nos cruzamos con 4 o 5 personas a lo largo de todo el camino (unos 2 kilómetros).

A 80 metros tras abordar la pequeña carretera por parajes naturales, la primera sorpresa, un templo budista con linternas de piedra cubiertas por musgo detrás, y más detrás aun, una pared vertical en la montaña con unas 6 figuras divinas en una especie de pequeña cueva.

Primer templo budista del camino
Figuras sagradas bajo la montaña en pequeña cueva tras el templo budista en la naturaleza.

Poco más arriba, otro santuario, sintoísta.

Santuario sintoísta.

Y más adelante, entre árboles y naturaleza salvaje, otro santuario sintoísta:



Práctica de artes marciales en el santuario sintoísta.
Kung-fu en santuario sintoísta.
La libertad que sentíamos en aquellas montañas, rodeados por naturaleza y cero turistas nos daba para dejar volar nuestra imaginación.

Cuando encontramos lo que podrían ser las cascadas de Shiraito dudamos de si volver o continuar un poco más por aquel precioso camino. Finalmente nos decidimos por caminar un poquito más y fue un acierto por el precioso santuario que encontramos al final del camino:

Cascadas Shiraito

Presa en las cascadas Shiraito.
Santuario Takio.
Para ellos, las rocas y los árboles también son sagrados:

Roca sagrada en el santuario de Takio.

Tres perfectos cedros sagrados.
Desde aquí ya no se podía seguir avanzando, por lo que dimos media vuelta. Aun nos quedaba por ver el abismo de Kanmangafuchi. 

Camino de vuelta.

Teníamos que llegar hasta la carretera en la que se encontraba el puente de Shinkyo, la que cruzamos para llegar al monte de los templos y santuarios, pero esta vez la seguiríamos hacia la derecha, siguiendo el curso ascendente del río, y cruzaríamos más adelante un puente para luego seguir por el otro lado del río hasta el abismo de Kanmangafuchi. Aproximadamente un kilómetro y medio.

Shinkyo al atardecer.
Camino al abismo de Kanmangafuchi.
Llegando al abismo.
Las casi 100 estatuas de la deidad budista Jizo.
En realidad, el abismo es un precioso paseo por la ladera del río acompañado por casi un centenar de estatuas del ser protector budista Jizo. Este ser, que sigue el camino de la iluminación de Buda, salva las almas de los niños que están en el infierno. Según el budismo, un ser tiene que ganarse el cielo con sus actos de bondad. Los niños, al morir (o perderse) antes de llegar a tener una edad suficiente como para poder haber realizado suficientes actos de bondad, van a parar al infierno (o vagan por el purgatorio). Jizo los rescata de vagar por el limbo y les guía al cielo. Por ello se les pone baberos y gorritos rojos a las estatuas, simbolizan el deseo de que el menor perdido esté a salvo bajo la protección de Jizo.

Tras el abismo, una preciosa vista del descenso del río:

Apetece un baño...
Vistas río arriba.
Como anochecía, volvimos de nuevo al Shinkyo para volver a la carretera principal que bajaba por la ciudad de Nikko para encontrar un lugar donde cenar. A las 19:00 ya era de noche y resultaba difícil encontrar un lugar donde cenar.

Puente de Shinkyo al anochecer.
Por suerte, Nikko es una ciudad bastante turística, por lo que encontrar algun sitio que abran hasta después de las 22:00 no iba a ser tampoco misión imposible. Encontramos un lugar con deliciosa comida y simpáticas mujeres que lo llevaban y que nos atendieron de maravilla. Un grupo de unas tres señoras sentadas justo al lado de nosotros, contentas tras beber algunas cervezas mientras cenaban, reían y comentaban cosas en japonés de forma alegre.

Entrantes, con una copita de vino y una cervecita.
Delicioso carpaccio de carne.
Riquísimas Gyozas.


Exquisita carne con una salsa ñammm.

El local donde cenamos, al salir. Cerca de donde nos hospedábamos.
A la mañana siguiente, antes de salir a desayunar, sobre las 7:30, las vistas que teníamos desde nuestra habitación eran las siguientes:

¡Pura montaña!
En el siguiente post continuaré con el día siguiente, el 25, con el lago Kawaguchi, el monte Fuji y un Ryokan que quita el sentido. Pero antes de acabar el artículo de Nikko, unos pequeños detalles:

Las religiones más importantes en Japón son el Budismo y el Sintoísmo (en ocasiones incluso llegan a mezclarse y confundirse). ¿Diferencias entre ambas? El budismo es el camino de la iluminación, del saber de Buda, de la rectitud y la bondad, del trabajo cuyo esfuerzo merece una recompensa proporcional... El sintoísmo es una religión que venera a la naturaleza representada por distintos dioses, los Kami. Mientras a los lugares budistas sagrados se les conoce como templos, a los lugares sintoístas sagrados se les conocer por santuarios. Los que transmiten el saber de Buda son monjes, mientras que los que veneran a los Kamis y purifican las almas son sacerdotes sintoístas. Los primeros visten de marrón y negro con un sombrero alargado cónico, y los segundos visten de blanco la parte de arriba y rojo, verde o celeste la parte de abajo, con un capirote negro.