lunes, 15 de octubre de 2018

13 días en Japón: 5. Ise, las rocas casadas, mar y montaña.

Quinto día en Japón.
Nos levantábamos bien temprano y salíamos hacia la estación de autobuses en Shirakawago. Debíamos llegar a Ise, específicamente al barrio de Futamino-Ura.

Mientras caminábamos a la estación de autobuses, hacia las 6 de la mañana, escuchábamos el sonido de la megafonía del pueblo levantando a la gente al ritmo de "ichi, ni, san, shi, go..." y decía cosas en japonés que no lográbamos (obviamente) entender. Esa misma tonadilla había sonado el día anterior, sobre las 18:00, mientras estábamos en la otra punta de Shirakawago, resonando entre las montañas.

Se trata del Bosai Musen, y tiene varias funciones. Una de ellas, por la tarde, la de avisar a los niños para ir a casa después de las clases, otra, por la mañana, anuncia el nuevo amanecer e invita a la gente a levantarse y empezar con las tareas diarias. Parece ser que la melodía o el mensaje varía según la ciudad en la que te encuentres. El motivo principal de este sistema de megafonía, en realidad, es el de alertar a la población de posibles catástrofes como terremotos, tsunamis y otros cataclismos, así como conducirlos a refugios y lugares en los que puedan estar a salvo.

Una vez en la parada de autobús, el bús no tardó en recogernos y llevarnos hasta Takayama, de Takayama otro autobús nos llevaría a Gifu. Allí debíamos ir en tren hasta Ise, pero por temporal (se acercaba un tifón) cancelaron el tren que iba hasta Ise y debíamos esperar unas 3 horas hasta el siguiente tren. Ni de broma. Tomamos otro tren hasta Nagoya (la estación es enorme, llena de pasillos y tiendas, y allí pudimos comprar algo dulce para desayunar), y desde Nagoya, finalmente, a Ise, a la estación del barrio de Futamichoe (Futamino-Ura). Como ya dije, llegar a las ciudades pequeñas en Japón es toda una odisea.

Salimos de la estación, y me llamó la atención el Tori de hierro que había justo allí. Los conocíamos de madera, de piedra, pero ¿de hierro? así que le saqué una foto.

Tori de hierro en Ise, a la salida de la estación de Futamichoe.
 Aun nos quedó caminar poco más de un kilómetro hasta la casa en la que nos hospedábamos. Pasamos rodeando un monte con naturaleza muy salvaje. El sonido, o mejor dicho, el ruido ensordecedor de las cigarras nos acompañaba durante el viaje, y era especialmente fuerte en Ise. Parecía como si hubiera una fuga de electricidad en el tendido eléctrico. Era la primera vez que escuchaba un ruido salvaje tan fuerte.

Después cruzamos por un túnel peatonal lo que quedaba de montaña y recorrimos unos 200 metros de carretera que daba al frente marítimo. Finalmente llegamos a la barriada, debajo de la pequeña montañita en la que se situaba la casa en la que nos alojábamos.

Casas de la barriada de Futamichoe, en Ise.

Y arriba de la montañita, quedaba enfrente un templo, a la derecha había un pequeño camino rodeado de maleza que nos llevaría a la casa en la que nos íbamos a alojar.

Templo del monte Otanashiyama. A la derecha, nuestro camino.

Finalmente, la guesthouse. Rústica, con pintas de ser centenaria, de madera y piedra. Una verdadera chabola que aguantaba estoica el paso del tiempo en el monte.

Choza donde nos alojamos.
Para llegar a ella no fue fácil del todo, rodeada por vegetación era difícil de localizar, pero un japo aparentemente simpático nos iba a indicar el camino con su todoterreno... sí, nosotros ataviados con maletones y mochilazas y el tipo en todoterreno sin bajarse ni despeinarse nos indicó el camino persiguiéndole. En favor del japo diré que solo fueron unos 15 metros de donde estábamos.

El japo aparentemente simpático, además, era el "tesorero" de la guesthouse, le pagamos, y nos enseñó la casa... eso sí, ni pizca de inglés hablaba ni él, ni la mujer, que apareció después.

Volvimos a bajar para ir a comer algo y ver Meoto Iwa (las rocas casadas) y el templo de Futami Okitama Jinja. Por el camino, más casitas de barrio:


Barrio de Futami.

Amuleto que se cuelga en las puertas de las casas para llamar a los buenos espíritus.

Casa abandonada, comida por la naturaleza.

Este pilón nos hizo gracia, subiendo hacia la guesthouse.
Bien, para aquellos que no conozcáis Ise, se trata de una ciudad situada en una pequeña península al sureste de la isla de Honshu. Cuenta con 130.000 habitantes (al igual que Nikko, no lo parece, ya que el centro de la ciudad queda alejado de la barriada en la que nos encontrábamos y se extiende por una amplia zona, pareciendo más pequeña de lo que es.

Es una ciudad costera, con varias playas de arena gruesa de color oscuro, con dos preciosos santuarios, uno, el de Futami Okitama, frente al mar, como ventana a las rocas casadas Meoto Iwa y el santuario sintoista más importante de Japón, el Ise Jingu, dedicado a la adoración de la diosa Amaterasu (del sol) y la diosa Toyouke, de la alimentación, la industria, el vestido, los cereales, la vivienda y la agricultura.

Al bajar, antes de llegar al mar, un gran acuario coronaba la línea de costa. Desde la carretera se podía oir los gritos de las focas y leones marinos. A su lado, un centro comercial. Mientras, en la otra acera, restaurantes de estilo marinero y algún albergue se situaba a los pies de la montañita. En uno de esos restaurantes marineros fue donde nos decidimos por pararnos a comer. Los platos, expuestos en el exterior (o más bien, esas reproducciones fidedignas de plástico y cera que los japoneses usan como reclamo), nos llamaron la atención. Así que entramos en un restaurante familiar de estilo de paseo marítimo.

Restaurante marítimo familiar. 
Lo primero que hicieron nada más acomodarnos en la mesa fue ponernos una jarra bastante grande de té verde muy muy fresquita. Es gratis, cortesía japonesa (insisto en que estos detalles deberíamos aprenderlos aquí). En todos los restaurantes cuando vas a comer te sirven agua o té verde.

Jarra de té verde fresquísimo, delicioso, para los dos.
Y la comida, exquisita, como siempre. Cris pidió un menú de pescado, trozos de atún, pulpo, algo que no sabemos si era rábano dulce o mango o... (acabé comiéndomelo yo), e iba acompañado con arroz y sopa de miso (como casi todo menú japonés).

Comida rica.
Y yo algo que parecía más de menú infantil, jaja. Unos langostinos con gabardina con fideos y setas, arróz blanco, sopa de miso y esa cosa amarilla que seguimos sin identificar.

Comida rica rica.
Después de comer (no era demasiado tarde, para ser europeos, eran sobre las 14:00), fuimos a ver el santuario de Futami Okitama. Como una pasarela por el frente marítimo, el santuario se alargaba por la cornisa del Pacífico dando una sensación de paz y armonía que pocos lugares pueden dar. Además, el panorama cambia según la marea esté alta o baja.

Antes, hice una foto curiosa al letrero de la entrada del acuario que estaba justo antes de llegar al santuario. Me llamó la atención el delfín de la derecha del todo, parece que lleve barretina y báculo, con una pose... como inspirado en Dalí. (A los japoneses les encanta señalizar con dibujitos todo lo que pueden, hasta para anuncios en la calle).

Entrada al acuario con Dalí de delfín.
Y la pequeña cala con el tori que nos guiaba al santuario.

Entrada al santuario de Futami Okitama.

Parte del santuario (se extendía durante unos 200 metros de paseo marítimo).

El Pacífico.
Y allí delante, en las aguas del pacífico, las rocas casadas, el símbolo de la creación de Japón, los dioses esposos Inazagi e Izanami. Atadas por una enorme cuerda entrelazada, dos rocas que simbolizan a los dioses que crearon el archipiélago de Japón (el mundo conocido por aquel entonces). Los dioses mayores mandaron a los más jóvenes, Inazagi e Izanami, a la tierra, aun sin forma, en materia blanda, para que le dieran forma. Inazagi clavó una lanza con piedras preciosas en ese barro y al extraerla, cayó una gota de agua salada que pronto cuajó formando la primera isla. Después procrearon dando paso a las islas siguientes, hasta formar Japón.

Rocas casadas, Izanagi e Izanami, creadores de Japón.

Altar de las rocas casadas.
Después de 50 intentos, esta fue la mejor foto.
Uno de los santuarios de Futami Okitama.

Interior del santuario.
El paseo seguía unos pasos más hacia delante, hasta otro mirados de las rocas a la derecha, y a la izquierda un nuevo santuario con una fuente con ranas.

Paseo marítimo del santuario.

Fuente de las ranas.
Izanami, creadora de Japón con Izanagi, con la lanza que hundieron en la tierra amorfa.
Ranas, ranas y más ranas.
Santuario al lado del balcón marítimo.
En ocasiones, el espacio sagrado únicamente quedaba delimitado por una cuerda con lazos blancos, y servía también como baranda para no precipitarse al agua. Para los españoles, una simple cuerda que cruzar porque lo que no te impide saltarlo levantando el pie, no es barrera. Para los japoneses, una barrera física y espiritual que hay que respetar y ni por asomo levantar el pie por ahí. (Veremos un ejemplo de lo que digo al llegar a Kyoto).

Cuerda que delimita el espacio sagrado y la baranda para no caer al mar.
Mientras atardecía íbamos haciendo amigos, cada uno a su modo...

Diego meets Frog.
Cris meets Yukata girls.
Al otro lado del Santuario de Futami Okitama, la playa, preciosa, dorada al atardecer, extensa... Ise cuenta con unos 12 kilómetros de costa, quizá 7 de los cuales son playas.

El Pacífico con las desembocaduras de los ríos Isuzu y Miyagawa.

Playa de Ise

Playa de Ise, vista hacia el monte.
Nos daba tiempo a ver el otro lado del barrio de Futami, no era una maravilla... pero... ¡Era Japón! Allí todo es más hermoso que la boda de Letizia.

Es todo tan hermoso...

Paseo marítimo de Ise.

El sol marca el oeste.

Calles del interior.
Y volvimos a la playa, a ver anochecer. Nos mojamos los pies (no nos llevamos los bañadores porque pensamos que no tendríamos tiempo de darnos un baño, error, si vais, aprovechad Ise para un baño en el océano Pacífico).

La vida en cada soplo de aire...
El dorado oeste.

El sol apunto de ser devorado por el dragón.
Hungry Dragon.

Starving Dragon.
Y el cielo se cubrió de sangre tras la muerte del sol en boca del furioso dragón Noche. (Me ha salido un bonito Haiku "poema japonés de temática natural").

Cielo azul-grana de Ise.

El dragón del oeste saciado.
Entonces nos levantamos y dimos otra vuelta, esta vez más larga, paseando por la playa de Futami... allí vimos montones y montones de chavalillos japos, vestidos de marineros, saliendo de los distintos albergues que daban al mar. Fue una imagen graciosa. Se perseguían, se lanzaban piñas secas... y cuando pasábamos murmuraban algo así como amerikahito "americanos". Sí, si nosotros somos casi incapaces de distinguir a los orientales, a los orientales también les cuesta distinguir a los occidentales. Para la mayoría de ellos éramos americanos (que no necesariamente estadounidenses, que América es muy grande), excepto para Kawaguchi, que le parecimos franceses (más adelante hablaré del simpático de Kawaguchi, en Kyoto).

Montones de escolares de marineritos.

Three little lonely sailors.
Paseando, hacia el final, vimos unos japoneses que tenían una buena fiesta liada, barbacoa, cerveza, buena música, luces... un buen tinglado. Continuando vimos un par de buenas hamacas que... mirándolas ahora con perspectiva... a pesar de parecer estar en propiedad privada... igual sí nos habríamos tumbado hasta que alguien nos hubiera hecho un "Kokorode" (cuando toque explicar Kyoto también explicaré qué es eso del "kokorode"), básicamente hasta que alguien nos eche (gente que viajáis a Japón, no seáis incívicos, mejor pedir permiso que salir por patas) :)

Hamacas probablemente del local de la fiesta veraniega japonesa de buen rollo.

Continuamos a lo largo del paseo hasta que en una especie de instituto de secundaria (la mayoría de ellos con grandes pistas de deporte, ya que la disciplina tanto física como mental es fundamental para la filosofía del país), giramos hacia el interior del barrio. Por aquella zona, grandes casas con sus terrenos enormes formaban una urbanización. Finalmente dimos con una calle más principal y acabamos... enfrente de la estación de trenes de Futami-Ura. 

Compramos algo de cena en un Lawson, y nos lo llevamos a la choza. Para volver a la choza volvimos a cruzar el túnel:

Túnel, de noche, volviendo a casa.
Al otro lado del túnel, desde el que Cris tomaba la foto, pude ver claramente un mapache "tanuki" cruzando el camino. Pasaba de unos matorrales de un lado al monte del otro. Preciosa la imagen del animal cruzando con sigilo y nocturnidad el paso, como si fuera un ladrón, con su cara marcada como si llevara antifaz.

Llegamos a la chabola y nos pusimos a cenar. Teníamos que acostarnos pronto y dormir, queríamos levantarnos para ver el eclipse de lunar. Por cierto, la chabola por dentro:

Recibidor, salón y cocina.
Pasillo distribuidor hacia las habitaciones de invitados.
Estancia de la izquierda.

Misma estancia, desde otra perspectiva.
A la derecha subía unas escaleras, pocas, volvían a bajar hasta una repisa en la que a la izquierda había una pica (lavabo) para lavar los platos, y finalmente se subían otras escaleras al piso de arriba, en el que nos quedábamos nosotros:

Parte de nuestra habitación.

Pasillo debajo de las escaleras, a la derecha la zona de lavarse la cara.

Todo muy rústico, madera vieja y aluminio.

Despertamos hacia las cuatro, salimos a ver el eclise totalmente a oscuras. Y, frustración, no se podía ver el eclipse, estaba nublado el cielo. Esto era lo que veíamos desde la playa.

No flash.

Con Flash.

Nos quedamos hasta las seis de la mañana tratando de ver el amanecer por las rocas de Meoto Iwa. Al parecer al amanecer el sol sale por entre las rocas y montones de fotógrafos, aficionados y expertos, se plantan delante tratando de sacar la fotografía del momento perfecto. Eso intentamos nosotros.

Ya había algún aficionado esperando al momento, también un japo con camarote enorme y trípode plantado moviéndose de un lado a otro a ver si salía el sol.

A punto de salir el sol...

¿Dónde está el sol?

Segunda frustración (leve). Primero, sin eclipse, luego, sin salida de sol. El cielo seguía cubierto por nubes, seguramente preludio del tifón que se acercaba. Nos tuvimos que volver, habiéndonos pegado un madrugón, sin eclipse ni salida de sol. Pero... debo decir que mereció la pena. La temperatura era muy agradable, suave, y el pasar un rato de noche allí, con Cris, y ver amanecer, desde la otra punta del mundo, fue "todo tan hermoso". Me pareció que cualquier decisión que tomábamos allí, era la acertada.

Volvimos a la chabola, a dormir un rato más (hasta las 12 aprox.). Y entonces desayunamos y salimos de nuevo. Lloviznaba.

Bajando de la montañita de la casa. Llovizna.
Fuimos a otra estación de tren, también muy cercana, hacia el otro lado, al oeste. Cruzamos arrozales, montes, un río, el realidad afluente del Isuzu que se desviaba y desembocaba en el lado derecho de donde nos hospedábamos, regando campos de cultivo. Paisaje precioso, selvático.

La selva de Ise.


Camino a la estación, este no tan selvático, ya llegando.

Estación de Matsushita, al otro lado del monte, cruzando el río.
Solo quedó esperar al tren con la suave lluvia, ya, día 28, para ir a Nara, pasar la tarde, y llegar a Himeji por la noche, pero eso ya quedará para el siguiente artículo... 
Espero que estéis disfrutando casi tanto leyendo nuestro viaje como yo escribiéndolo. Siguiente día: Nara y Himeji, entre ciervos y castillos, huyendo del tifón.

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