jueves, 11 de agosto de 2016

Say something romantic!

Sí, en efecto, es esa sensación de estar con los pies colgando en la roca y notar el agua del mar salpicándote la planta en caricias con las olas... esa sensación acompañada de una bofetada de brisa marina que por milésimas de segundo te deja sin respiración pero que te aporta una repentina sensación de viveza y bienestar que pocas cosas te la otorgan.

Y es como si cerrando los ojos puedes ver ese paisaje infinito de verdes hojas ondeando en los brazos de altísimos árboles que cubren el sol y dejan escapar tímidos destellos que alcanzan tus pupilas para hacerte sentir vivo. Casi tocando la luz suena en tu interior una canción rítmica y relajada, que acompasa tu corazón y te hace sonreír.

Mentirías si dijeras que estás en soledad, te acompañas a ti mismo, siempre lo has hecho, y el miedo se empequeñece al paso que tu coraje te empuja a creer en quien eres y en lo que haces. Ahora husmeas el paisaje urbano, de aire pesado y plomo en partículas suspendidas que tus fosas recogen y apilan en las paredes, dificultándote el reflejo de respirar, haciendo que quieras sentir la vida casi arrancándosela a esa jungla de asfalto, cemento y cristal, de esqueletos de aluminio, acero y piel de amianto.

Ni te das cuenta y te encuentras envuelto en la nada, en esa calma y quietud absoluta de paz imperturbable que te hace sentir roca mimetizada con el entorno. El suelo casi quema, pero sujetas una hoja en blanco, probablemente lo único orgánico junto con tu cuerpo en kilómetros a la redonda. Pero la grandeza de sentirte en medio de algo te hace de nuevo catapultarte a escribir, como queriendo crear algo en la nada, como si el ver los remolinos de polvo levitando te dieran las pistas del movimiento intrínseco a seguir.

Y de pronto, la velocidad precede a la quietud. Corres, corres y sigues corriendo. Animado y casi soliviantado por el vacío y el horror vacui, te diriges hacia el sentido contrario del niente. No hay spleen, no hay hastío, ni mucho menos ennui. Arrancas la vida de la muerte y te recreas. Estás bajo un manto de estrellas, tumbado en una alfombra de hierba verde húmeda y florecida en primavera. Saboreas la antípoda del pasado y miras con ilusión el futuro como si el presente fuera un puro espejismo que se esfuma con un golpe de tos.

Imaginemos que todo ello existe en tu habitación, y que existe porque ya lo has vivido. Imaginemos que el frío colapsa tus pulmones y la gotera de tu nariz no te permite estar a gusto. No te quedan mangas dónde sonarte, ni casi aliento para seguir esperando el milagro, pero ocurre. Te haces al frío y lo vences. Alrededor nadie, sin embargo te envuelves de ese frío y evitas que te haga daño. Ahora casi prefieres arroparte por el hielo y ver nevar, notando los copos cortando tu piel y con la circulación entumeciendo tus articulaciones. Pero te sientes vivo cada vez que tu corazón aporrea como un martillo neumático tu caja torácica.

Las sensaciones invaden tu cuerpo, y lees como si sufrieras de una extraña sinestesia, así, te envuelves de un hedor putrefacto cuando lees estar en un vertedero y has hundido tus piernas hasta las rodillas en un viscoso lodo que arrastras hasta llegar a casa. Tu habitación apesta a una mezcla de pies sudorosos y repletos de hongos y orines de canes.

Quemas la suciedad y lavas el hedor. Ventilas el dióxido de carbono y respiras de nuevo aire. Y piensas... ¿Dónde quedó diluida la belleza que leí? Y sabes que aunque has vomitado todo lo que se te ha pasado por la mente, has dicho algo romántico.

El día que dejemos de ser nadie entenderemos que no hace falta que se nos lea para creer en nosotros mismos.
Pájaros volando de pixers.es

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