domingo, 2 de febrero de 2014

Redescubriendo la vida a tu lado.

Podría estar escribiendo miles de tonterías, pero la única verdad es que me sorprendes más cada día que pasa.
Te veo amanecer y tiñes mis días de luz por muy cubierto que esté el cielo. La esperanza ya no es lo último que pierdo sino lo primero que recupero. Doy un salto y me entra hambre, ganas de comerme el mundo, y es que contigo, no es que haya vuelto a descubrir lo bello que es vivir, sino que lo he visto magnificado por mil.

De pronto, como una droga y sintiendo su éxtasis, el sabor de los alimentos me parece más apetecible, sabroso y exquisito. La luz del sol más cálida, brillante e inunda hasta el último resquicio de sobra.
Si hay dudas se despejan. Si llueve, es una lluvia que nos acompaña, telón de seda que enmarca nuestro paisaje de amor.
Las noches más cálidas, menos oscuras. La luna más llena, foco brillante de suave luz a la que le encanta posarse en su cama de mar.

Y en todo ello estás tú, en el aire más puro, en la melodía más perfecta, en el orden, en los números, en los colores, en la poesía y en el cielo con el que me cubro cada día. Y por él paseo, por los Campos Elisios, por el Olimpo, por Fólkvangr, y tú, mi dulce mussol intelectual, mi bella Atenea, me guías con tu saber, con tu belleza, con tu dulzura. Y yo quedo tan embriagado de tu esencia que te sigo sintiendo al lado aunque de él te vayas. Porque nunca te vas. Porque nunca te has ido.

Desde que te conocí no he vuelto jamás a sentirme solo. No he sentido nunca tanta seguridad en todo lo que hago, lo que veo, lo que digo y lo que siento. Incluso seguridad en el estar.
Siento que estoy, siento que soy, y siento que el mundo es mi lugar cada vez que estoy a tu lado. Porque el mundo gira más rápido unas veces y otras más despacio. Porque las estrellas siempre brillarán más. Porque el cielo es un manto que ya nos cubre a los dos por igual, y bajo ese manto nos conocimos, en este lugar, en este espacio, en este tiempo. Y haces que el tiempo parezca infinito, que la juventud no sea un trámite, que la soledad sea una paradoja, que el miedo sea una quimera y que nada sea imposible.

Corro más rápido, llego más lejos, respiro más a gusto, siento más fuerte, me acomodo y me equilibro, corro y salto, y vuelvo a empezar. Y mis dedos ya no presionan teclas al escribir, sino que se desplazan por un océano de palabras infinito, profundo y perfecto, las tantean, las cazan, tocados por tu gracia, y casi son seleccionadas por si solas, agrupadas para satisfacer mi necesidad de expresar... lo que me haces sentir.

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