domingo, 4 de noviembre de 2018

13 días en Japón: 7. Himeji y Hiroshima, castillos, cenizas y grullas de origami.

Despertamos en Himeji tras haber pasado ya el tifón Jongdari. Aun caía un poco de lluvia cuando desayunamos y salimos a la calle para ver el castillo imperial. Se encontraba a pocos metros de donde nos hospedábamos. Día 29 de Julio del 2018 y séptimo día en Japón.

El propietario de la guesthouse también nos aconsejó ir a ver una aldea donde se rodó la película de "El último samurai", pero no disponíamos del tiempo y nuestro itinerario era seguir al sur, por lo que no pudimos hacer esa visita. Por cierto, foto de la entrada (o más bien salida ya) de la Guesthouse. El propietario nos guardó las maletas un par de horas o así hasta nuestra partida a Hiroshima. Como dije, en general, en Japón la gente es muy amable.

Shironoshita Guesthouse, starring sleepy Harley Quinn and The motivated Joker.

Al poco llegamos a las puertas de la muralla del castillo, se veía impresionante sobre un enorme muro. Paredes blancas con tejados grisaceos. Lo podíamos ver desde el parque antes de llegar:

Parque Himeji, castillo al fondo. Día post tifón.

Castillo entre la naturaleza del parque.

Continuamos por el parque, y antes de pasar por la puerta de entrada al recinto del castillo (aun en el parque) podíamos ver estas preciosas vistas del canal que rodea el castillo.

Canal del parque Himeji, rodeando el castillo.

Misma foto, otra cámara (castillo al fondo y reflejo en canal).
Y rodeando el parque, desde el que podíamos tener vistas al castillo de este estilo:

Zoom al castillo Himeji. Unbelievable image.

Hicimos un pequeño amigo, bueno, yo hice un pequeño amigo. Un gatito (en Japón quieren y respetan mucho la libertad de los gatos) que estaba hambriento se me acercó (y yo también le llamé). Quise alimentarlo con unas galletas... pero no le gustaban... (normal, a los gatitos les encanta el pescado, el jamón dulce e incluso las salchicas cortadas a trozos, el paté..., pero galletas no, muy secas para ellos). El gatito dejó las galletas y se fue por donde vino. En su lugar, un cuervo sí se llevó la galleta para deglutirla a gusto. La foto a continuación muestra mi amistad con el gatito:

Diego meets Neko.
Sí, gato en japonés es Neko. No fue el único amigo que hicimos en Japón... jaja... más adelante descubriremos más amigos. Mientras, seguíamos en Himeji.
Castillo de Himeji con los restos del tifón Jongdari.
Castillo desde el parque de alrededor.
La verdad es que el parque ofrecía preciosas vistas del castillo Himeji, como si se tratara de la cúpula de San Pedro del Vaticano, el castillo Himeji podía verse desde diferentes perspectivas por el parque de la ciudad de Himeji.

Dando ya la vuelta, vimos la entrada, cercada por el canal de agua:
Castillo imperial, reflejado en el agua.
La verdad es que es muy difícil seleccionar imágenes del castillo de Himeji, hicimos como 50 fotos (y no exajero) solo del castillo. Y es que en vivo es impresionante.


Muro lateral izquierdo del Castillo Himeji.

Himeji es una ciudad de 535.500 habitantes y, lo mismo que las anteriores, a pesar de su elevado número de habitantes, es una ciudad tranquila, limpia y por la que se puede pasear con toda calma. El castillo, de la época del 1300, ha sido varias veces restaurado (desde su abandono en la era anterior al periodo Meiji (1860 aprox.) hasta los bombardeos en la segunda guerra mundial.


El castillo, patrimonio histórico de la UNESCO desde 1993:

Explanada frente al castillo.

Zoom.
Fotografía artística del castillo entre la naturaleza. Impresionante...


Fotografía muy seguramente tomada por Cris.
Fotografía tomada con las inclemencias del tiempo, llovía moderadamente después del temporal de la noche anterior.

Fotografía muy seguramente tomada por mí.

Detalle del castillako.
Y ya dejando el castillo, nos fuimos por una calle lateral, después de haber visto los jardines exteriores del Castillo. La imagen que nos quedaba antes de abandonar el castillo era esta:


Bye bye Himeji Castle.

Bueno... fue una preciosa visita al castillo de Himeji. Castillo que soportó siglos de embistes de la historia, bombardeos y albergó a un regimiento del ejército nipón durante décadas. Castillo que perteneció a grandes señores feudales en la época feudal japonesa... ahora, ahí está, viendo pasar el tiempo, aguantando los años, igual de impresionante que siempre. Ganbatte ne! que viene a ser "¡a darlo todo!"

De camino a recoger nuestras cosas, habiendo salido por otro lateral del castillo, nos encontramos con una construcción un tanto peculiar. Tenía aspecto de santuario sintoísta, pero parecía muy nuevo y en su interior parecía haber una entrada a un párking. Ese edificio se encontraba al lado de la oficina de correos de Himeji. Después de investigar, he descubierto (ahora mismo) que se trata de una de las puertas del santuario Itatehyozu, en el que cada 20 años se celebra un festival, el Mistuyama, en el que forman grandes campanas con camisas viejas, creo (visto a ojo sin traducción decente), de unos 10 o 15 metros de altura.

Puerta lateral del santuario Itatehyozu.
Tras la visita a los jardines del castillo y el paseo frente al santuario, recogimos ya nuestras maletas y nos pusimos en camino a la estación de Himeji, desde la que tomaríamos un Shinkansen hasta Hiroshima. Desde allí, un paso de vías elevado, tomé alguna foto de la ciudad. Fotografías no muy memorables, todo sea dicho.

Himeji sin más.

Más Himeji sin más y vías elevadas.

Shinkansen por dentro.

Shinkansen por fuera.
Y finalmente llegamos a Hiroshima. Cuál fue nuestra sorpresa que en la estación vimos un puesto de dulces... con un dulce muy especial. Un pastelito helado de crema de melocotón de Moomin. ¿Que qué es Moomin? Bueno... alguno recordará una serie de dibujos animados de los noventa titulada en España "El valle Mumin" sobre unos alegres personajillos que vivían tranquilos cientos de aventuras de pequeños sucesos. Esa serie es una adaptación de las tiras cómicas que la escritora finlandesa Tove Jansson publicó en los años cuarenta del siglo pasado. Aunque a España apenas llegó la serie de los noventa, se ha realizado una película, el año que viene posiblemente se estrene otra nueva película en los cines (no sabemos si llegará a España), y en 1969, también en Japón, se estrenaba una serie anterior a la que conocimos aquí, con más carga dramática. Entre el estreno de ambas series de animación, también existió una serie de animación de muñecos de plastilina.

El fenómeno Moomin ha sido especialmente seguido en Finlandia, cuna de estos personajes, y donde existe un parque temático sobre los personajes y el valle, varias cafeterías con motivos de esos seres, un museo de la familia de la creadora e incluso la compañía aerea Finnair decoró sus aviones con carácteres de Moomin, y en Japón, donde se produjeron las series de animación, existen también cafeterías, bollitos y en breve abrirán un parque temático.

Pastelería donde vendían el pastelito de Mumin.
Por cierto, nosotros tampoco escapamos al fenómeno Moomin. No lo conté, pero viajamos con un muy estimado compañero de viaje al que le encantó el pastelito (aunque la crema se había derretido un poco por el calor):

Mumin precioso, feliz con el envoltorio del pastelito, en el hotel en Hiroshima.
Llegamos a Hiroshima y personalmente me impresionó lo moderna y grande que es. Al salir de la estación, encuentras una enorme avenida con edificios altísimos y muy nuevos. Fuimos caminando al hotel, no estaba demasiado lejos. Aun siendo un hotel de apariencia bastante buena, y económico, apenas no chapurreaban cuatro palabras básicas de inglés.

Dejamos las maletas y fuimos a dar una vuelta por el centro histórico de Hiroshima. ¡Ah! ¿Que dónde comimos? en el trayecto de Himeji a Hiroshima, unos bentos ricos.
Lo primero que fuimos a ver fue el castillo de Hiroshima. Bonito contraste, dos castillos el mismo día, uno blanco y el otro, negro.


Lateral del muro de guardia del castillo.

Una de las puertas de entrada al recinto del castillo.

Castillo de Hiroshima.



Castillo sobre la planicie.
Siguiendo nuestra ruta, nos dirigíamos al parque del memorial de la paz. Antes de llegar a abandonar el recinto del castillo, pudimos ver un santuario, con su reconocible tori de piedra blanca.

Santuario en Hiroshima

Santuario con caída de luz. Amaterasu te ilumina.
Dentro del recinto sagrado.
La fuente del dragón calmará tu calor.

Volvimos a salir por uno de los puentes que flanquean el río alrededor del perímetro del castillo.

Way to Peace memorial park.
A la izquierda, el castillo, desde el otro lado del río.
La verdad es que el castillo lo teníamos apenas a 100 metros del hotel, y el parque tampoco estaba demasiado lejos. Bajamos por un paso subterraneo para cruzar las avenidas, por el que pasamos por una estación de autobuses, y salimos delante del Hiroshima Green Arena, una especie de palacio de deportes. Ese día había partido:

Enormes colas siguiendo un estricto orden (que desconocemos).
Finalmente llegamos al parque y, curiosamente, lo primero con lo que nos encontramos fue con el edificio (lo que queda de él) que resistió en pie tras estallar sobre él la bomba atómica. A 600 metros de altura y a unos 150 metros del edificio conocido como Genbau Domu o cúpula Genbaku, estallaba la primera bomba atómica lanzada contra población civil el 6 de agosto del 1945. Una gran explosión seguida de una bola de fuego que incendiaba el aire a un millón de grados centígrados segaba la vida de 80.000 personas al instante. Otras 70.000 más morirían en lo que quedaba de año debido a las quemaduras y a la exposición a la radiación.


Genbau Domu

Mientras el 69% de la ciudad de Hiroshima quedó reducida a escombros, el edificio, cuya estructura se mantuvo en pie tras el bombardeo, es reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1996. 

Genbau Domu de cerca.
La quietud y el silencio que reinan alrededor del edificio parecen traer ecos de lo que un día fue una zona de descanso frente al río Ota. Ahora, como memorial de la paz, trata de evocarnos esa misma calma, después de lo que fue una de las mayores atrocidades cometidas por el hombre. El mensaje de los japoneses es claro, recordar la paz, no la guerra.

Genbaku Domu, al otro lado del río.
Seguimos por el parque del memorial de la paz. A lo largo del parque se pueden ver estatuas dedicadas a familias tanto supervivientes como fallecidas, escritos grabados en piedra o en placas conmemorativas, figuras dedicadas a niños.

Al poco vimos un recinto dedicado a Sadako Sasaki y sus mil grullas de papel. Sadako Sasaki fue una niña que sobrevivió al bombardeo, pero que 10 años más tarde desarrolló leucemia por la radiación. Al ser hospitalizada, trató de hacer mil grullas de papel para que le fuera concedido el deseo de curarse. Murió en 1955 con 12 años de edad. A partir de entonces, estas tiras de aves de papel pasaron a ser símbolo de la paz y el deseo de recuperación.

En el recinto se exponen tiras de grullas de origami (papiroflexia) hechas por alumnos escuelas e institutos, donados por centros o instituciones o incluso elaborados por particulares que quieren entregarlos como ofrenda.

Ofrenda de grullas de escolares.

Grullas de papel.
Grullas de papel en mosaico.
Estatua conmemorativa de Sadako Sasaki.
Siguiendo el parque, arco desde el que se ve el Genbaku Domu y la llama de la paz.

Parque memorial de la paz.
Misma foto tomada desde el museo del memorial de la paz de Hiroshima. Al fondo puede verse en el centro de la imagen la llama encendida.

Parque memorial de la paz.
La llama de la paz fue encendida el 1964, y desde entonces permanece encendida. Únicamente se apagará cuando la amenaza del armamento nuclear deje de existir sobre la tierra.

En aquel lugar nos sobrevenían montones de pensamientos, especialmente hacia los supervivientes. Los que por aquel entonces tuvieran 10 años, ahora tendrían 83. Los nietos casi tendrían nuestra edad y los hijos habrían vivido en una ciudad cambiante, cuyos escombros recogieron sus padres y cuyos cimientos habrían solidificado para mostrarnos la nueva Hiroshima que conocemos ahora.

Por cierto, para despejar dudas y para acabar con el tema escabroso, muchos se preguntan si desspués del desastre la ciudad era (o es) un lugar seguro. Pues lo era y, obviamente, lo sigue siendo. A diferencia de una fuga radioactiva, cuya radiación permanece en un amplio perímetro por la zona durante al menos unos 50 años, en una explosión nuclear transforma gran parte de la energía en calor, y esparce en un radio más amplio la carga radioactiva, lanzándola por el aire y haciendo que descargue sobre la tierra en forma de lluvia ácida.

Abandonando ya el trágico aunque precioso lugar, fuimos hacia la zona de ocio de la ciudad, también relativamente cerca. Grandes avenidas de edificios altos con luces iluminan una ciudad que prácticamente es nueva desde el 45. Pronto vimos unas galerías peatonales con montones de tiendas:

El centro de ocio al atardecer.
Una de las primeras paradas fue a la Taiyo Station, lugar de juegos y máquinas recreativas con premios graciosos.
Taito Station a la izquierda.
Las luces y el colorido son grandes distintivos de las ciudades japonesas. Mientras las ciudades occidentales suelen tener un tono más apagado o menos colorido, las ciudades japonesas estallan en colores que para quienes no estamos acostumbrados es un gran impacto visual. Eso sí, en el vestir, los occidentales prefieren tonos apagados y poco coloridos, dejan los colores para los festivales.

Llamativa entrada a la Taito Station.
Y a continuación, una imagen que muestra la típica pose del occidental que hace ver que es un experto en maquinitas de muñequitos, mientras detrás una profesional nipona está viciándose de lo lindo mientras pasa desapercivida (a mi espalda):

Viciada profesional me sale de la mochila.
Como si fuera Doraemon, me saco una viciada profesional de la mochila.
Cris:- Diegaemon, soy una viciada novata, se me nota que poso y no tengo experiencia en maquinitas de peluches, ¿no tienes ningún invento para mí?-
Diegaemon:- Claro que sí, te presento la Viciada Profesional. Te llevará a todas las estaciones de juegos y te enseñará todos los trucos de las máquinas. ¡Se acabó el posar! Tus fotos saldrán con aspecto de vicio de forma natural.-

Bueno... continuamos nuestro camino por las galerías y vimos una sala de Pachinko de dos pisos. El Pachinko son una especie de máquinas de pequeñas bolas que tienes que ir lanzando y jugando al mismo tiempo en una pantallita, para lograr hacer puntos y conseguir más bolitas. Las bolitas se pueden usar para seguir jugando o para cambiarlas por regalos. Son parecidas a las tragaperras y pinball. La gracia está en que los juegos de apuestas, casino, etc. están prohibidos en Japón, por lo que se han inventado un sistema que burla dicha ley. Compras bolitas, juegas al pachinko y consigues más bolitas, lo cambias por el premio especial y una empresa cercana te puede cambiar dicho premio por dinero (lo que se conoce como compra, básicamente). Por cierto, teóricamente está prohibida la entrada a extranjeros, pudiéndote expulsar del país y quitándote el visado si te encuentran jugando si no eres extranjero residente (quizá por eso no vimos ni un occidental en esos salones).

Salón de pachinko.

Sótano del salón de Pachinko.
Salimos de las galerías y continuamos dando una vuelta por la ciudad. Lo curioso de un idioma tan parecido fonéticamente al castellano es que puede dar lugar a lecturas divertidas, como la del gran cartel en una de las calles de Hiroshima, que no sé bien qué significará, pero a los de habla española nos saca una sonrisa:

Letrero Kakita.
Ya de noche, fuimos a buscar un buen lugar donde cenar. Encontramos algo muy recomendado (y yo mismo reafirmo esa recomendación). El Okonomimura (algo así como el pueblo del okonomiyaki). Pensábamos que se trataba de un restaurante, y nos llevamos una sorpresa al ver que era todo un edificio de cuatro plantas y planta baja, con pequeños puestos y restaurantes especializados en ese delicioso plato.

Okonomimura.

Planta baja de Okonomimura.
Subimos al primer piso, y hacia el fondo del pasillo, entre puestos y puestos de planchas y taburetes...

Primer piso, Okonomimura.

encontramos el restaurante de Shinosuke, el Okonomimura Shinchan.

Shinosuke, el propietario del restaurante, lleva 48 años elaborando deliciosos okonomiyakis en ese lugar. En las siguientes fotos le vemos preparando los riquísimos okonomiyakis con yakisoba.

Shinosuke for the win.
Hayaku, hayaku, qué hambreeee...
Al rato vino su hijo, con una bolsa como de compra, resoplando como si le hubiera costado la vida traerla (no parecía nada pesada). Mientras el padre iba cocinando, moviéndose con agilidad dentro de la barra, el hijo (suponemos que era el hijo), andaba torpe, arrastrando los pies, y limpiando torpemente lo que podía mientras apenas podía servir bebidas. El espabilao... Esperemos que Shinosuke tenga otro hijo o hija con más ardiles, porque sino qué porvenir.

Nuestros riquísimos okonomiyakis.
Sin Shinosuke ¿quién nos cocinará esta maravilla?

Quiero volver por uno de estos...

Okonomiyaki por dentro. Sabrosísimo, delicioso.
La siguiente fotografía tiene historia. Antes de que nos sirvieran, una familia de... holandeses (lo parecían) se sentaron al otro lado de la barra. Parecían ir el padre, la madre, la hija y el yerno. En un debate que el padre mantuvo con Shinosuke por saber quién había pedido la okonomiyaki de ostra, el holandés se asomó por el lateral, levantando la mirada busándonos mientras preguntaba "Oyster?". A lo que le contesté. "No, we didn't order oyster okonomiyaki." En la foto, si la agrandáis, veréis al que bautizamos como "oyster man" entre los estantes de la cocina, al fondo. No está con el grupo de guiris de la izquierda, está justo entre los estantes, a la derecha, le veréis el bigotillo.

A todo esto, el garrafón de 5 litros con dispensador a pulsión de whisky japonés que aparece a la derecha tampoco tiene desperdicio.

¿Veis al "oyster man"?

Aunque el whisky japonés está ganando fama internacional y el Suntori tiene bastante nombre, preferí esperar a probarlo en otro lugar, que no lo sirvieran en garrafas de 5 litros.

Eso sí, para bajar todo ese pedazo de okonomiyaki, pedimos sake (vino de arroz) de sakura (flor de cerezo). Muy rico, muy suave.

Nos volvimos al hotel a descansar. El día siguiente lo pasaríamos en Itsukushima (conocida popularmente como Miyajima), isla de templos y santuarios con el gran tori rojo de madera en el océano Pacífico.

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